En medicina existe un síndrome llamado fatiga crónica, en el cual la persona experimenta una sensación de cansancio extremo, que interfiere con sus actividades cotidianas y que puede llevarlo aaislarse, deprimirse e incapacitarse. A pesar de que la persona desea reaccionar, buscando sentirse mejor, las condiciones adversas en su cuerpo, lo paralizan. El organismo está en una condición de desgaste y su manifestación es la fatiga. La aparición de este síndrome guarda relación directa con el estrés.
Cuando en una presentación acerca del tema de la corrupción, un distinguido profesor de la Universidad de Costa Rica mencionó que en nuestro país vivíamos un estado de fatiga cívica, no pude más que relacionar ambos términos. El profesor hacía referencia a que, ante la magnitud de la corrupción actual, la reacción ciudadana se quedaba corta, lo cual era difícil de comprender.
A nivel del cuerpo social, la impunidad, la desigualdad creciente y el imperio de la competencia sobre la solidaridad, con el consiguiente proceso de deterioro de instituciones y de las relaciones sociales que deviene de ellas, son probablemente las condiciones adversas, ya no ahora del cuerpo humano, sino en el organismo social, lo que mejor explican el estado de fatiga cívica que vivimos. No es por esto casual encontrar niveles altos de desesperanza en nuestros jóvenes.
Antaño la cohesión social y la sensación de bienestar en nuestro país pasaba por la existencia de un modelo de desarrollo, cuyo eje transversal era la solidaridad. Esto se traducía en políticas y la creación de instituciones que reflejaban ese espíritu: la CCSS, PANI, IMAS, ICE, AA, entre otras, y un sistema educativo, orientado a este valor fundamental.
En la actualidad el eje transversal es la competencia, que atenta contra las instituciones solidarias y que ha permeado sensitivamente el sistema educativo. Evidentemente este nuevo espíritu competitivo ha impactado, paralizando la respuesta ciudadana. La magnitud del problema es tal, que podemos decir que existe una cultura de la corrupción, que vino de arriba hacia abajo en la escala social.
Este estado de desgaste tiene un pronóstico sombrío, si es que las soluciones van a depender de quienes administran estas instituciones así como de los entes encargados de fiscalizar y evitar este deterioro. Un buen ejemplo de esto es lo que ocurre con la CCSS, la institución más emblemática del modelo solidario.
A pesar de la crisis, la CCSS sigue manteniéndose fuerte: se cuenta con 29 hospitales, 105 áreas de salud y un poco más de 1.000 Ebáis. Al año, se brindan alrededor de 16 millones de consultas ; se llevan a cabo 48 millones de exámenes de laboratorio; se emiten 70 millones de recetas; se realizan 170.000 cirugías; se atiende más del 90 % de los partos; se internan 300.000 personas con un excelente promedio de estancia de 6 días. Como país tenemos un 9,07 de mortalidad infantil y una expectativa de vida cercana a los 80 años; dedicamos un 7 % del PIB a la salud, comparado con Finlandia que tiene resultados similares y que dedican el 11% del PIB.
Sin embargo, a pesar de estos buenos resultados, la CCSS enfrenta adversidades internas increíbles: no existe una contabilidad de costos ni de inventarios acorde al tamaño y a las funciones institucionales; la prestación de servicios se ve afectada por una pésima planificación que se traduce en listas de espera, donde hay 548.000 personas esperando una cita; hay insuficiencia de especialistas y no se vislumbra una adecuación del modelo de atención, que responda al cambio del perfil epidemiológico, incluida la creciente demanda de morbilidad psicosocial (depresión, ansiedad, violencia, drogadicción, anorexia y bulimia, discapacidad, embarazo adolescente, entre muchos otros). Adicio- nalmente, los ingresos han venido decreciendo y los ajustes son insuficientes. De esta situación existen sesudos diagnósticos. Sin embargo, los entes que deben fiscalizar para que se den las correcciones, no parecieran tener la fuerza política para ejecutarlas.
La conclusión pareciera ser que quienes dirigen y fiscalizan, no tienen la capacidad de frenar el proceso de deterioro progresivo, producto de un modelo de desarrollo orientado a la competencia como el axioma máximo.
Sin embargo, hubo una época, en donde desde la política, personas visionarias, bajo el modelo solidario, impulsaron ideas que lo fortalecieron. Hoy pareciera que todo esto debería desaparecer. Ante este panorama, tanto la fatiga cívica como la fatiga crónica tienen un límite. Como padecimiento médico, la expectativa de un paciente con fatiga crónica es que, tras un tiempo determinado, empiece a mejorar por activación de los procesos internos que contrarrestan la enfermedad.
En el caso de la fatiga cívica, la conclusión a que se puede llegar es que si no son los que dirigen ni los que fiscalizan los que darán la respuesta apropiada, es la organización ciudadana la única que podrá rescatar a la CCSS y a las instituciones que representan el modelo de desarrollo solidario, que ha caracterizado y diferenciado a nuestro país. ¿Tendremos la capacidad de reaccionar y organizarnos a tiempo?