El Gobierno se ha pasado un año entero afirmando que el déficit es inmanejable y que hemos tocado fondo en cuanto a gasto público.
Que no tenemos un centavo para invertir y que cada cinco que pedimos prestado, ya sea a los ciudadanos mediante colocación de bonos, ya sea a las instituciones internacionales, tenemos que dedicarlo al servicio de los intereses de los préstamos anteriores. Se nos dijo que la situación era tan terrible que teníamos que vender las empresas estatales que podrían valer alguito, para abonar a la deuda interna y externa; eso permitiría liberar algo de dinero para la inversión nacional. Además se nos aclaró que tal inversión tendría que enfocarse con gran dirección y claridad a la creación de infraestructura productiva y capital humano, es decir, educación, salud y otras tareas prioritarias que se seleccionarían con gran cuidado, para lograr una mayor productividad que permitiera la creación de empleos y por ende la tributación más efectiva.
Esto a su vez generaría distribución de la riqueza vía trabajo mejor remunerado y mayor tributación con la consabida mejora en inversión estatal. El círculo parecía bastante razonable a pesar de que sabíamos que requeriría sacrificios. Después de todo, Costa Rica bien los vale.
Esperábamos coherencia en las políticas gubernamentales, aunque la reforma tributaria que se llevó a cabo para llegar más dineros al erario, resultó ser de carácter regresivo, es decir, la pagamos los asalariados y los compradores de productos necesarios.
Se comenzó entonces por vender Cempasa y Fertica, aunque dudo si se recogió algo de dinero para abonar a las deudas. Después se recortó la contribución estatal a las pensiones del Magisterio Nacional, pese a que los maestros contribuyeron religiosamente a sus fondos de pensión que finalmente fueron malversados por el Estado. También se eliminaron el CONICIT, el INCOFER y otras instituciones públicas que dijeron eran ineficientes. Entre las que están en capilla ardiente se encuentra el IMAS -que vela por las personas más necesitadas en estado de pobreza- y el PANI -que atiende a la niñez en situación de peligro social. Se movilizaron empleados públicos porque eran innecesarios para un Estado "ágil y concertador".
Globalización afirmó el gobierno; sin ella no podremos vender caro nuestros productos ni comprar barato los de los demás. La globalización y el éxito radica en la capacidad que tengamos para producir especializadamente. Educación es la clave para lograr una producción mejor remunerada; el conocimiento, la ciencia, la educación, son la tabla de salvación para competir exitosamente, es decir, sin tener que ser los peones baratos de las empresas trasnacionales, se nos dijo. Pero en aparente contradicción desaparece CONICIT, y se habla de la modernización de los colegios secundarios y de las universidades; modernización que podría significar desmantelamiento como en el caso del INCOFER y no reconversión en búsqueda de la excelencia y la eficiencia.
De la educación primaria se ha dicho que los maestros tienen que ser reconocidos en su dignidad mediante salarios adecuados y estimulantes, pero los estímulos prometidos aún no se ven. Por dicha, el Banco Interamericano de Desarrollo ha dado su venia a la educación primaria y por lo tanto no parece que haya necesidad de "modernizarla" demasiado, aunque lo de las pensiones es un golpe duro al sector educativo en tanto desmotiva a los docentes, y docentes desmotivados...
Fuera subsidios, se nos dijo. En un mercado globalizado, quien no es competitivo tiene que irse para la casa. Y se eliminaron los subsidios a la harina; el pan no es prioritario. Y el Fondo Monetario exige que se elimine el subsidio social que los teléfonos proporcionan a la electricidad que tampoco es prioritaria, de manera que los teléfonos costarán lo que cuesten y la electricidad también, con la necesaria alza en la electricidad...
Ciertamente las políticas no han sido coherentes, pero mal que bien guardábamos la esperanza de que las cosas se iban a ordenar y la inversión social y productiva se seleccionaría con exquisito cuidado para que los escasos dineros públicos alcanzaran para lo prioritario y estratégico. Pero apareció FONAGAN. ¿Cómo es posible que se elimine el subsidio a la electricidad, o el subsidio a las pensiones de los maestros pero se pretenda subsidiar a la producción ganadera de exportación? Y además con bonos de deuda interna. No que era absolutamente prohibido colocar más bonos? ¿Para qué entonces tanta retórica acerca del déficit?
Y más encima resulta que los verdaderos beneficiarios del subsidio de FONAGAN son los empresarios dueños de las plantas empacadoras. Justamente esos que llevan décadas hablándonos de los beneficios del mercado y de la bondad de que desaparezcan los subsidios y las actividades que no son competitivas para que el mercado en plena libertad distribuya la riqueza como sólo él lo puede hacer... FONAGAN demuestra que ni ellos mismos creían esa historia.
Los impuestos se han incrementado, pero sin tocar a los que deberían pagar más. Y el recorte en inversión tanto económica cuanto social es un hecho y no parece ser algo transitorio coyuntural, aunque alguna esperanza nos queda a los que creemos que el Estado tiene tareas perentorias y prioritarias que no se pueden abandonar sin abandonar con ellas sus propósitos distributivos y democráticos, razón de ser del mismo Estado.
Pero si el subsidio a los empresarios exportadores de ganado pasa en la Asamblea Legislativa, se pondría en evidencia que nos habrían tomado el pelo y que lo que han dicho los gobernantes -me refiero al gobierno en el sentido amplio del término- no es más que retórica de pura cepa.
Espero que mis temores sean infundados y que el camino de la reforma esté bien trazado hacia un desarrollo social integral y sostenible aunque las dificultades, los inevitables errores humanos y el amargo sabor del sacrificio nos lo hagan ininteligible por el momento. FONAGAN en este contexto, sería absolutamente imperdonable.
(*) Defensoría de los Habitantes