Los medios confunden conceptos y las palabras tienen consecuencias. Brittany Maynard no murió debido a la eutanasia, sino que optó por el suicidio asistido o muerte digna. ¿En qué se diferencian eutanasia y suicidio asistido o muerte digna?
En agosto del presente año asistí, en calidad de profesional de la salud mental y estudiante de la maestría en Cuidados Paliativos, al V Simposio Internacional de Cuidados Paliativos y Dolor, organizado por la Universidad Santa Paula.
Uno de los expositores fue el Dr. Paul Benjamin Bascom, justamente un profesional que labora en el programa “Death with dignity” (Muerte Digna) en Portland, Oregon, EE. UU.
Prácticas distintas. El doctor remarcó la diferencia entre los conceptos, alegando que en Oregon la eutanasia es ilegal. El término “eutanasia” alude a la situación en la cual un médico o un profesional de la salud administra, por vía inyectable, un fármaco que terminará con la vida del enfermo. Esto puede incluir o no el consentimiento del paciente.
La muerte digna (o suicidio asistido), por el contrario, refiere a la circunstancia en la cual el enfermo en condición terminal ingiere un fármaco prescripto por el médico, por vía oral y por su propia voluntad, en el momento que elije hacerlo.
Para ingresar al programa de muerte digna, el enfermo en condición terminal debe cumplir varios requisitos y transitar por numerosas etapas antes de ser aprobado. Por ejemplo, la persona no puede estar transitando una depresión clínica o padecer un dolor insoportable. Enfatizo estos dos puntos en particular, ya que ambos nublarían las facultades del individuo para decidir.
Si bien la tristeza es lógica cuando se cursa una enfermedad terminal, hablar de depresión es hablar de psicopatología y es hablar de necesidad de tratamiento psicológico. Y si el enfermo tiene un pobre control de síntomas, es entendible que la desesperación lo lleve a solicitar la muerte digna. Pero en dicho caso la intervención adecuada tampoco sería ofertar la muerte digna, sino responder con un plan eficiente incluyendo el uso de opioides libre de tabúes.
El Dr. Bascom comentaba que sólo 1% de la población que solicita la muerte digna la lleva a cabo. En general, a lo largo del proceso se arrepienten por diferentes motivos.
Cuando el veterinario aplica una inyección letal a un animal que está sufriendo, está practicando la eutanasia. Esto, que suele verse como un acto de compasión para con los animales, es igual a homicidio en los seres humanos. Por cuestiones éticas, el médico no tiene derecho a decidir cuándo o cómo fallecerá un ser humano. Es por esto que, en el escenario de la muerte digna, es el paciente consciente y en pleno uso de sus facultades quien la solicita, decide y se auto administra el fármaco.
Si bien se conoce a la “muerte digna” como “suicidio asistido”, concuerdo con el Dr. Bascom en que este último término no es apropiado. “Suicidio” remite a una situación psicopatológica, mientras que la “muerte digna” intenta excluir que su solicitud sea motivada por un padecimiento no abordado, o mal abordado, o solucionable con una intervención competente de otra índole.
Considero que es relevante aclarar estos errores conceptuales, pues en Costa Rica aún no es posible acceder a la muerte digna, aunque muchas personas quisieran que fuera posible. Pero si manchamos el nombre de la muerte digna confundiéndola con la eutanasia, detenemos el avance de lo que puede ser una opción válida para aliviar a muchos que se encuentran en los momentos finales de su vida y quieren hacer uso del derecho a decidir sobre su cuerpo.