“¿Qué otra prioridad es más importante que liberar de la pobreza y la postración social a los compatriotas que padecen estos flagelos? ¿Existe algo más valioso que erradicar el hambre y la desnutrición crónica que sufren veinte mil niños menores de cinco años?”.
Esto nos preguntaba Fernando Araya en su artículo en este diario, el pasado 7 de julio, al reflexionar sobre nuestro agotado modelo de desarrollo, un “sistema socioeconómico descoyuntado o desarticulado”, que hoy evidencia varios vacíos, entre ellos, en cuanto a la “distribución de la riqueza, expansión de las clases sociales medias, (…) modernización del Estado y del Gobierno, y buenas prácticas de gestión pública y política; es decir, ética del desarrollo”.
Cuando un país no logra bajar desde hace treinta años un determinado porcentaje de personas que vive en condiciones de pobreza y exclusión social, a pesar de que ello haya sido una preocupación importante manifestada en consecutivos programas de gobierno, como sucede con el Estado costarricense, realmente hay que preguntarse qué es lo que pasa. Araya decía en su artículo: “Es imprescindible identificar aquellos ámbitos donde el modelo de desarrollo requiere cambios y correcciones de forma y de fondo, tanto en el plano político como socio-económico”. Y, efectivamente, es así. Pero esta tarea la debemos acometer todos, políticos y ciudadanía, porque los pobres y excluidos, seamos francos, no pueden hacerlo solos.
Situación de partida. Hoy, cuando estamos en una nueva campaña electoral para decidir a quién le daremos nuestra confianza para que guíe la administración pública, es bueno recordar la situación de la que partimos y los retos que tenemos por delante. Los principales aspectos de la situación de partida son los siguientes: