En su editorial del 5 de junio, el periódico La Nación evidenció la contradicción en la que incurrió el Consejo Nacional de Enseñanza Superior Privada (Conesup) al cerrar la sede de una universidad particular por carecer de las condiciones mínimas y, de inmediato, dar por buenas las lecciones impartidas por ese recinto.
Tal proceder del Conesup ciertamente se inscribe en una larga tradición de contradicciones similares, constatable prácticamente desde el origen de dicho órgano. Sin embargo, lejos de responder a factores y condiciones exclusivamente de carácter institucional, la resolución del Conesup hunde sus raíces en uno de los fundamentos de la cultura educativa costarricense actual: premiar el esfuerzo (por mínimo o limitado que sea) antes que la calidad de los resultados de los procesos de enseñanza.
Pedagogismo. Antes de 1950, en un sistema educativo en el que las oportunidades de estudio estaban concentradas predominantemente por los niños y jóvenes provenientes de sectores medios y acaudalados urbanos, el sesgo referido tenía un impacto más limitado. Pero a medida que se ampliaron las coberturas en todos los niveles educativos, durante la segunda mitad del siglo XX, el énfasis en el esfuerzo tendió a prevalecer.
Convertido en un medio para reducir las desigualdades sociales, especialmente en la década de 1970, el sistema educativo fue reformado para flexibilizar la evaluación (arrastre de materias, eliminación del examen de bachillerato, entre otros cambios), con un costo significativo en términos del deterioro de la calidad de la enseñanza. A este proceso contribuyó, además, el ascenso del llamado “pedagogismo”, corriente que prioriza lo pedagógico en detrimento de los contenidos científicos y artísticos.
Pese a los esfuerzos realizados desde mediados de la década de 1980 para revertir ese deterioro, las medidas adoptadas –como el restablecimiento del examen de bachillerato– resultaron insuficientes, debido entre otros factores a que, a partir de ese decenio, la docencia en escuelas y colegios empezó a ser ejercida cada vez más por personas con un capital cultural inferior al de sus antecesores.
Dicho fenómeno fue propiciado por la caída de los salarios reales de los docentes, asociada con la crisis económica de esa época; y porque, en ese difícil contexto, las carreras de educación en las universidades públicas se convirtieron en la opción principal para los estudiantes con los más bajos promedios de admisión.
Universidades. Ya de por sí grave, la pérdida de calidad en la formación docente se agravó todavía más a medida que las universidades privadas incursionaban masivamente en la formación de maestros y profesores: en el primer decenio del siglo XXI, otorgaban 6 de cada 10 títulos nuevos en el campo de la enseñanza. Como lo demostraron posteriormente las pruebas aplicadas por el Ministerio de Educación Pública (MEP), quienes se graduaron del sector universitario privado evidenciaron un menor dominio de la materia que enseñaban o aspiraban a enseñar.
Lejos de circunscribirse a las universidades privadas, la insuficiente preparación de maestros y profesores también se presenta en las públicas: aunque disponen de más recursos y de personal altamente capacitado, no han hecho un esfuerzo suficiente por mejorar la calidad de la formación docente.
La Universidad de Costa Rica, en particular, está llamada, por la infraestructura que ha desarrollado en el campo de la investigación, a formar los mejores profesores de enseñanza media de Centroamérica, especialmente en las áreas de Ciencias y de Ciencias Sociales.
Reconocer el esfuerzo más que la calidad de los resultados es uno de los fundamentos de lo que Pierre Thomas Claudet denominó la cultura del pobrecitico, esa cultura que, al promover el facilismo y la evasión de responsabilidades, convierte el arreglo de la platina de un puente en una empresa más difícil y prolongada que la construcción del Golden Gate.
Es también esa cultura la que, al no favorecer el pensamiento crítico y secular, sirve a los intereses de políticos oportunistas que construyen su capital electoral con base en diversos tipos de fundamentalismo, ya sea el religioso (en sus versiones católica o evangélica); el de mercado, que supone que la mano invisible puede arreglarlo todo; o el de una izquierda que todavía se resiste a abandonar el Manual de economía política de Nikitin.
Reforma. Al finalizar el editorial ya referido, La Nación resalta la importancia de apoyar la iniciativa de la actual ministra de Educación, Sonia Marta Mora, para reformar y fortalecer el Conesup y el Sistema Nacional de Acreditación de la Educación Superior (Sinaes).
Sería muy importante que otros medios de comunicación, tanto escritos como radiofonónicos y televisivos, respaldaran esta iniciativa y le dieran el seguimiento que merece, así como a la resolución de la Sala Constitucional que ordena que la Dirección General del Servicio Civil practique nuevas pruebas (que incluyan el examen de conocimientos específicos para el puesto) a todos los aspirantes a empleos públicos, incluidos los educadores.
Hasta ahora, solo el Consejo Nacional de Rectores (Conare) se ha pronunciado decididamente a favor de la iniciativa de la ministra; ¿cuándo lo harán los consejos universitarios, las federaciones de estudiantes y los sindicatos de las universidades estatales? ¿Cuándo lo harán las asociaciones de educadores?
Con su propuesta a favor de la calidad educativa, la ministra abrió una oportunidad para efectuar una reforma fundamental, que contribuiría a liberar el futuro del país de esas fuerzas del pasado que tanto comprometen su desarrollo.
El autor del artículo es historiador.