El primer estudio científico que menciona a la región de Nicoya con potencial para generar sismos importantes fue publicado en 1986 por el sismólogo W. Montero (Univ. Costa Rica). Otros sismólogos confirmaron la idea entre 1989 y 1995 (McCann, Niskenko, Guendel, Protti) fundamentándose en tres eventos históricos (1853, 1900, 1950).
Algunos de ellos utilizaron estos datos para pronosticar, de manera repetitiva e insistente, la posibilidad de un nuevo sismo grande, con el eco de los medios de comunicación.
Casi como una muletilla, desde 1985 han indicado que “debía” suceder un nuevo terremoto. Dado que el pronóstico fallaba, fue renovado varias veces. Originalmente, se sugirió que tendría una magnitud Mw 7,5 y como no sucedió antes de 1995, a partir de 2000 se aseguró que su magnitud ascendería hasta alrededor de 7,7, lo cual fue reiterado en 2005. Finalmente, a partir de 2010 aseguraron que el sismo acontecería “pronto” y con Mw 7,7 a 7,9 apoyándose en estimaciones empíricas y determinísticas derivadas de observaciones de la deformación cortical obtenidas con GPS y que sugerían una mayor energía acumulada.
Por otra parte, fue observado que la secuencia de noticias entre 1991 y 2009 tenía picos en enero, mayo y julio, en la cercanía de las vacaciones escolares y la Semana Santa, con la particularidad de que, al menos entre 1991 y 2009 no hubo noticias durante el mes de las madres. El período 1998-99 fue el más cargado con este tipo de información.
Similitud o no con los sismos previos. Los eventos utilizados para calcular el pronóstico (con un error del 36%) del sismo reciente de Hojancha (Mw 7,6; segundo más grande de la historia costarricense, detrás del de Limón Mw 7,7, 1991) son similares solamente en los daños ocasionados. Con una magnitud homogenizada, el sismo de 1853 tendría alrededor de Mw 6,0 y causó algunos daños en Santa Cruz, Filadelfia, Nicoya y fue sentido en Liberia, Bagaces y Cañas.
El de 1900 (aprox. Mw 6,9) causó daños en los lugares afectados anteriormente y además en el Valle Central y Puntarenas; el de 1950 (Mw 7,3) afectó Nicoya y Puntarenas y produjo licuefacción en algunos terrenos. No hay información sobre víctimas mortales. Estos efectos moderados se pueden explicar por la escasa población y por la considerable profundidad del hipocentro, aunque las construcciones fuesen de menor resistencia (adobe, mampostería no reforzada).
Probabilidad de otro sismo e inducción de la actividad volcánica. Resulta bien conocido en la literatura científica, que luego de un terremoto importante pronto puede suceder otro similar (“gemelo”) en un plazo relativamente corto (horas, meses, dos años). Además, suelen desestabilizarse otras estructuras geotectónicas vecinas que se encuentren en equilibrio límite (metaestable), es decir próximas a recibir “la gota final”; igual ocurre con las erupciones volcánicas. Pero no siempre es así; hay muchos casos en que solo acontecieron las réplicas “normales”.
Como ejemplos de sismos gemelos en Costa Rica pueden mencionarse los dos de 1910, 1911-12, 1916, 1939, 1941, 1978 y 1983. De igual manera, se pueden citar las erupciones del volcán Irazú de 1924 y 1933, inducidas por sismos importantes. Como consecuencia del sismo de Hojancha se ha observado actividad en Tilarán, Cote, Tenorio, Irazú y Turrialba; pero aún no tenemos todas las herramientas para comprender la geodinámica del planeta, ni cómo incide en las reacciones de nuestro subsuelo.
Dado que el sismo de Hojancha parece no haber agotado toda la energía estimada, queda abierta la posibilidad para otro evento importante, el cual podría presentarse entre hoy ¡y... los próximos 60 años!
Consecuencias. En un país en el que los sismos dañinos se presentan en promedio cada 4,1 años y en el que puede “temblar” prácticamente en cualquier momento y lugar en el territorio nacional, el pronóstico de terremotos solo contribuye a alimentar el estrés pre-sísmico y fomentar una psicosis que distrae la atención de otros asuntos de mayor prioridad, como por ejemplo la gestión integral del riesgo.
Ahora bien, no es la primera vez que se ofrece una “prognosis” sismológica, profesionalmente orientada hacia la evaluación de la amenaza sísmica y para mejorar el diseño estructural de las obras civiles.
Se puede citar el caso del sismo de Cinchona de 2009, en el que los estudios permitieron llegar a la conclusión de que ahí podía suceder un evento importante. Los resultados fueron aplicados exitosamente para reforzar las estructuras energéticas en la región. La diferencia fue que este resultado no se utilizó para hacerse publicidad en los medios noticiosos, considerando que de todas maneras otras regiones del país están siempre bajo la misma situación.
Enseñanzas. La comunidad sismológica e ingenieril costarricense nunca negó la posibilidad de que sucediera un nuevo sismo en la península de Nicoya, tan solo ha insistido en que es más importante enfocar los recursos del país hacia la educación, la construcción de buena calidad y la gestión del riesgo.
Una y otra vez los sismos desnudan las debilidades y fortalezas de las prácticas constructivas (diseño, construcción, materiales, mantenimiento) y de los sitios escogidos para realizarlas.
Es una ocasión propicia para resaltar la ventaja de una buena construcción y de que esa es la mejor prevención. Si el sismo de Hojancha no generó todos los daños pronosticados es porque ya cosechamos los dividendos de haber comenzado a respetar el código de construcción, el cual, junto con el ordenamiento territorial seguirá siendo la mejor herramienta para mitigar el efecto de los terremotos y salvaguardar la vida humana, las inversiones en infraestructura y la sostenibilidad del proceso de desarrollo. Hacia ello debemos enfocarnos siempre, incansablemente.
Los terremotos seguirán sucediendo en Costa Rica, querámoslo o no. Cómo los afrontemos con nuestra infraestructura, es lo que marcará la diferencia.
Aparte de la investigación aplicada, los recursos deben invertirse en la enseñanza acerca de los peligros geológicos en escuelas y colegios, velar por que el código de construcción se aplique y promover la reducción de la vulnerabilidad social, el ordenamiento territorial y la gestión integral del riesgo, y en esto se está trabajando.
Sergio Mora y Guillermo Alvarado Geólogos especialistas en evaluación de amenazas naturales