Decía Thomas Hobbes ( El leviatán, 1651) que la vida en el estado de naturaleza había de imaginársela solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta ( solitary , poor , nasty , brutish and short ). No parece atractivo vivir en esas condiciones y no conozco a nadie que se haya ofrecido como voluntario para ocupar un mundo así descrito, al menos hasta hace unas cuantas semanas. Por las razones correctas, según mi entender, Edward Snowden ha elegido embarcarse en esa condición de naturaleza trágica; una dinámica de vidas y muertes.
El famoso denunciante ( whistleblower ) de los programas de vigilancia secretos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos ha tomado un avión hacia esa tierra inhóspita de una única ley o derecho: matar o permitir ser aniquilado. Ahora, lo persiguen los fuertes, los insospechados, y lo acompañan los débiles, quizás para sacar fuerzas de flaqueza, quizás para superar su condición en ese estado de naturaleza , sin beneficio razonable para las partes. Con esta compañía, es decir, en esta soledad, nada está seguro; en estas condiciones su vida no es ya más; o mejor dicho, su vida también ha comenzado. La decisión de embarcarse en esa a(des)ventura equivale a morir en ese estadio posterior llamado estado político y volver a nacer en ese previo o primitivo estado de naturaleza. Alguien diría que tal cosa no es posible, que solo le puede pasar a un personaje ficticio como el de “El curioso caso de Benjamin Button” (F. Scott Fitzgerald). Eso es cierto; el avión no ha viajado en el tiempo, en reversa; no ha sobrevolado espacios de antaño. Es igualmente cierto, sin embargo, que su avión ha pasado a otra dimensión: la dimensión internacional en el mundo contemporáneo, todavía en el estadio primitivo del estado de naturaleza. Es también cierto que ese viaje parecer ser solo de ida.
La vida previa de Edward Snowden no tendrá lugar ya más. Ha nacido adulto en la tierra de los hombre-Estado, de los hombres lobo (recuérdese el decir de Hobbes: homo homini lupus ) y posiblemente decrecerá, se hará corta, desagradable y brutal. No creo que haya sido una decisión fácil; y ciertamente ha sido valiente. Que sea valiente es una cuestión reconocida de inmediato por defensores y por detractores. Se necesita valor para amenazar al prototipo de Leviatán amplificado, y esto independientemente de si el acto es moralmente loable o deplorable. Que la decisión sea difícil es evidente: ha tenido que pasar por ese trauma de morir y nacer (morir a una vida buena y nacer a una vida precaria y al borde del abismo); y los logros idealizados en la ejecución de tal acto no son para nada seguros. ¿Quién podría apostar a la superación del estado de naturaleza hobbesiano en las relaciones internacionales?
Uno pensaría que la respuesta a esta pregunta es inmediata: ¡nadie en su sano juicio! Empero, uno también podría querer pensar que solo el sano juicio, si se recupera (o si se transfiere de sociedades organizadas con el criterio de operación mutua de reconocimiento y de libertad a la interacción inter-societal o global), podría evitar la corta vida que le espera al mundo contemporáneo. Edward Snowden es utópico-realista. No solo cree que es posible querer pensar en contra del Gran Hermano global; cree que es posible caminar en esa dirección. Lo ha demostrado en su actuar. El logro, claro está, constituye todavía una incógnita. Puede ser que su “desenmascarar” haya generado la “vergüenza internacional”, y con ella la necesidad de generar condiciones deseables para un contrato social global. Puede que lo que ha logrado es dar espacio para el cinismo institucionalizado, para la constatación y confirmación de un mundo primitivo que se resiste a su propia superación.
Habría también una tercera opción esperanzadora, aunque sea al final de túnel (del tiempo): que con el descaro del sacar ventaja del juego del más fuerte en la esfera global, nos hallemos con una guerra virtual que se vuelva hacia el mundo real y reconfigure el sistema global, desde un demos global y una movilización social planetaria , hacia la creación de ese avatar de Estado global --que no sería en realidad un Estado global (por eso es un avatar), pero cuya existencia virtual permita disparar realidad.