Creo que ningún costarricense pone en duda que la educación, es entendida como el proceso en el cual, no simplemente se aprenden conceptos y destrezas, sino también, como el camino que conduce a la persona a construirse como ser humano, sobre la base de la razón y voluntad.
Al hablar de educación sexual, entramos en un área profundamente humana que requiere ser fundamentada desde donde alcanza su verdadera comprensión, el amor. En la Costa Rica de hoy, no son pocos los que se han dejado llevar por la superficialidad y el facilismo, también en esta área. Por la importancia del tema, es que me atrevo a expresar algunos pensamientos, en torno a la educación para una vivencia humana y cristiana de la sexualidad.
Mi primera afirmación es que la Iglesia no se opone a una auténtica educación de la sexualidad pues se tiene conciencia de que el ser humano es un ser sexuado, creado así por Dios, y, por tanto, esta realidad de la vida humana se concibe como un don del Creador, que debe vivirse de acuerdo con el plan amoroso de Dios. En una genuina antropología cristiana, el abordaje de esta temática tiene que ser integral.
Un don de Dios. Al afirmar que la realidad sexuada del ser humano es un don de Dios, sin duda que el creyente tendrá que preguntarse siempre qué es lo que Dios le pide en la vivencia de esta realidad. En el orden creado por Dios, fuente de todo amor, se indica que el ejercicio de este don ha de darse en el ámbito propio del amor, que excluye todo egoísmo y utilización del otro, y es ejercido por quienes han alcanzado la madurez requerida en todos los aspectos, para así asumir las responsabilidades correspondientes. Con ello indicamos, que dichas responsabilidades se cumplen desde las exigencias que brotan del mismo amor, que incluye los límites.
En esta lógica, toda persona tiene derecho a ser formada para vivir cada momento de su vida con responsabilidad real y según la verdad, mediante principios morales que le hagan crecer como persona. Por tanto, en algo tan importante no hay lugar a improvisaciones ni a presiones, como sería que por el hecho de que los jóvenes inician hoy su actividad genital a temprana edad, lo que necesitan es saber sólo cómo librarse de los embarazos. Creo que por respeto a los mismos jóvenes y a toda persona, como seres racionales y dotados de voluntad, se les debe enseñar cómo encauzar sus tendencias en esta área, y lleguen a comprender que es el matrimonio constituido sobre la base del amor, el ámbito propio para la vivencia de la sexualidad.
La conciencia. El fiel cristiano, ha de actuar conforme a su conciencia formada sobre la base de principios fundamentados en el mensaje de Jesús; en la incertidumbre que se mueve el mundo actual son esclarecedoras las afirmaciones del beato Juan Pablo II, “Aprended a pensar, a hablar y a actuar según los principios de la simplicidad y de la claridad evangélica: ‘Sí, sí, no, no’. Aprended a llamar blanco lo blanco, y negro a lo negro, mal al mal y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado, y a no llamarlo libertad y progreso, aunque toda la moda y propaganda fuesen contrarias”. Es evidente que hay principios objetivos que han de interiorizarse y vivirse con fidelidad por quien se dice discípulo del Señor. En orden a la formación de la conciencia, es en primer lugar a los padres de familia cristianos, a quienes corresponde el deber de transmitir a sus hijos estos principios y exigencias, y no rendirse ante el oleaje permisivo.
La falta de formación en principios y valores morales da como resultado una conducta permisiva, causante sin duda de los embarazos en adolescentes, los abortos, violaciones y de la epidemia de la infidelidad que ha llevado a muchos matrimonios al divorcio, y en consecuencia la desintegración familiar, que tanto daño está causando en nuestra sociedad. No son entonces la abstinencia hasta llegar al matrimonio ni la fidelidad conyugal, las causantes de tantos males, sino, el “permisivismo” y la superficialidad e instrumentalización de la sexualidad.
Los padres de familia. En lo referente a la educación en esta área, los padres de familia creyentes, han de ejercer el derecho que les asiste, a que sus hijos reciban la educación conforme a sus principios, fundamentados en el aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 16 de diciembre de 1966 en su artículo 18, 4 señala: “los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres y, en su caso, de los tutores legales, para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Evitando así la posibilidad de “programas de educación que banalizan la sexualidad y falsas ideologías”. (Benedicto XVI, Mensaje dirigido al Encuentro de obispos responsables de las Comisiones Episcopales de Familia y Vida de América Latina y el Caribe, celebrado esta semana en Bogotá (Colombia).
Podremos preguntarnos en la actual coyuntura, si este derecho fundamental será respetado, dándoles a conocer desde ahora los contenidos de lo que se enseñará en los centros educativos, en el ejercicio de la libertad religiosa.
En este mismo sentido, los docentes tienen el derecho de interponer la objeción de conciencia, si tuvieran que enseñar algo que contradice sus principios. ¿Serán igualmente respetados? En un país de derecho, la tolerancia es válida y aplicable también, a favor de quienes piensan distinto al secularismo.
Amplia reflexión. Como se ve el asunto no es fácil, se debe impulsar una amplia reflexión, donde se tome en cuenta a los distintos actores sociales, para que no suceda lo que afirmó el papa Benedicto, en enero del presente año ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, “en diversos países en que la Constitución reconoce una cierta libertad religiosa, la vida de las comunidades religiosas se hace, de hecho, difícil y a veces incluso insegura (cf. Conc. Vat. II, Decl. , 15), ya que el ordenamiento jurídico o social se inspira en sistemas filosóficos y políticos que postulan un estricto control, por no decir un monopolio, del Estado sobre la sociedad. Es necesario que cesen tales ambiguedades, de manera que los creyentes no tengan ya que debatirse entre la fidelidad a Dios y la lealtad a su patria”.
Finalmente, no veo como argumento válido el hecho que países desarrollados, han aplicado lo que llaman una educación sexual abierta y secular. Me pregunto si se conocen algunos resultados de dichas políticas, hay ejemplos: “El prestigioso British Medical Journal, con todo, había publicado en 2009 un estudio cuyos resultados no eran precisamente los esperados: analizando un grupo de 446 jóvenes en riesgo, los investigadores comprobaron que las chicas a las que se les había proporcionado un programa que contenía informaciones sobre la contracepción mostraban una tasa de embarazos tres veces y medio superior respecto a las coetáneas que no habían recibido las lecciones.
El caso de Francia. En Francia, el país en el que el número de píldoras del día después vendidas el pasado año fue de 1.100.000 cajas, la nación en la que el 95% de las mujeres sexualmente activas que no desea un embarazo utiliza la contracepción, en su mayor parte a base de píldoras y DIU, el país en el que hay 40 horas obligatorias al año de educación sexual, se practicaron 213.382 abortos en 2007, con una tasa de abortividad entre las chicas de 15-19 años igual al 15,6”.
Concluyo manifestándome a favor del derecho que asiste al pueblo creyente, a que se le escuche en torno a estas políticas, de manera particular a los padres de familia que merecen todo nuestro respeto.