Dúrika o los soñadores de la montaña

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Cuando conocí a quien hoy es mi esposa, Isabel, allá por el año 88 u 89, creí que el soñador era yo; a ella le atribuí otras características, que acaso también posee y que yo suponía complementaban las mías. Estaba parcialmente equivocado. Isabel, de carácter fuerte como un general –suelo decírselo en broma– o simplemente como una científica (es médica de profesión, específicamente citogenetista), ha vivido de utopía en utopía.








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