En los años sesenta del siglo pasado, en el campus de Berkeley de la Universidad de California, se dio un famoso movimiento pro libertad de expresión liderado, en mucho, por jóvenes. Jack Weinberg, estudiante de Matemáticas, uno de los activistas políticos de entonces, acuñó la expresión “no confíe en nadie mayor de 30 años”.
Hoy, Bernie Sanders, socialista precandidato presidencial por el Partido Demócrata, nacido en 1941, parece decir lo mismo: no confíe en nadie mayor de 30 años, excepto que se trate de mí. Y gran cantidad de jóvenes norteamericanos de la generación del milenio (nacidos entre 1980 y el 2000) le siguen con entusiasmo.
Según encuestas realizadas para conocer mejor el fenómeno, a los jóvenes les atrae la idea de un Estado benefactor, que –entre otras cosas– ponga a disposición de todos los ciudadanos servicios de educación, salud y pensiones “gratis” y que contribuya a reducir la desigualdad de ingresos del país. Por ello, favorecen el socialismo sobre el capitalismo.
Sin embargo, también las encuestas muestran que si se les explica en qué consiste el sistema socialista (el Estado es dueño de los medios de producción), cambian de parecer.
También cambian de opinión cuando se les aclara que el Estado no puede producir almuerzos gratis y que el costo de la educación pública y de los servicios sociales que supla ha de financiarlo con impuestos hoy, o con deuda (más impuestos en el futuro).
El periódico The Washington Post, en un reciente artículo apropiadamente titulado “Los del milenio favorecen socialismo –hasta que tienen un empleo”, documenta cómo conforme la edad de los entrevistados sube y se llega a los grupos de quienes tienen chamba, ellos comienzan a distanciarse a una velocidad creciente de las ideas socialistas, pues son conscientes de que eso apareja un Estado grande y, por tanto, también mayores cargas tributarias y menores estímulos a la eficiencia.
Soñar no es malo, siempre que eso no lo lleve a uno a separarse de la realidad.
Paso al caso de Costa Rica. Los costarricenses miembros de la generación del milenio están entrenados como el que más (¡los envidio!) en tecnología de información y comunicaciones, que hoy tanto uso tiene en casi todos los ámbitos del quehacer humano y, por ende, en el empresarial.
Es una lástima que, por culpa del sistema (entre otros: de la mala situación fiscal y de la pobre dirección del gasto público), tan alta proporción de ellos esté desempleada. Se trata, sin duda, de un gran desperdicio social.
Por los avances en la medicina preventiva y curativa, así como en la alimentación, los de la generación del milenio tienen una expectativa de vida superior a la de sus padres y abuelos. En atención a ello, el esquema de seguridad social ha tenido que elevar las cuotas y la edad de retiro y reducir los beneficios de los regímenes públicos de pensiones.
Ellos, los millenials, tendrán que trabajar más años que sus abuelos. También se enfrentarán a una mayor incertidumbre laboral, pues los desarrollos tecnológicos (equipos y software) traen aparejados cambios veloces.
Algunos de ellos, los que se desempeñen en ocupaciones que “complementen” la tecnología, pueden aspirar a salarios razonables y hasta elevados; quienes lo hagan en ocupaciones que la moderna tecnología puede sustituir (como sucedió con las simpáticas telefonistas de otrora, los ascensoristas, telegrafistas, embotelladores, muchos contadores y arquitectos) arriesgan a pasar largos períodos desempleados y a entrar en pobreza.
Todos, todos se beneficiarán si participan en sistemas de educación dual (teórica y práctica) y continua (entrenamiento y refrescamiento periódico), so pena de experimentar la misma suerte del camarón que se duerme.
Todos –si aspiran a tener un nivel de vida aceptable en la vejez– tendrán que ahorrar más que sus progenitores y eso difícilmente podrán hacerlo si the taxman, el recaudador de impuestos, les quitara parte importante de sus ingresos.
Han de olvidarse que el Estado será el paganini de todo su consumo actual y, en particular, futuro. Y, desde ya, deberán comenzar a hacer planificación financiera personal y familiar. Amén.
El autor es economista y escritor.