Se ha insistido tanto en las necesidades en salud que tienen los adolescentes y jóvenes, al menos hasta los 25 años, y son tan pobres las respuestas estatales, que la tentación es retirarse, con gran desazón y sin entender la falta de acción, a pesar de la abundante evidencia que demuestra el abandono de esta población y las crecientes desventajas y amenazas que enfrenta.
Sin embargo, cuando por casualidad uno conoce a doña Marta, vecina de barrio San Martín, carretera a Ocotal, en Guanacaste, dueña de una humilde soda, donde vende comida excelente y que a sus trabajados 65 años, que la hacen aparentar más edad, se muestra entusiasmada y sin ánimo de abdicar de su compromiso comunal, se ve obligado a replantearse cualquier pesimismo.
Escucharle sus esfuerzos de trabajo con 200 mujeres, 250 niños y un grupo de adolescentes madres, es realmente estimulante y digno de mayor apoyo.
Si bien habla de las importantes limitaciones sin amargura, cuando se refiere a adolescentes y jóvenes y sus restringidas oportunidades y la expo-sición a las drogas, su rostro emotivo se entristece, aunque rápidamente retoma todo lo que está por hacerse.
Cifras altas. Este vital ejemplo reconfirma todo lo pendiente que tenemos en lo referente a adolescentes y jóvenes, y que estos no son solo los que residen en la Gran Área Metropolitana; estamos ante diferentes adolescencias y juventudes, y cualquier intervención, que es urgente, debe considerar estas particularidades.
Mientras el nivel de pobreza general para Costa Rica es de un 22,5%, en niños y adolescentes llega a casi al 33%, y sube a niveles que rondan el 50% cuando se habla de quienes viven en zonas rurales, costeras o marginales (35,10% en condición de pobreza y un 11,38% en pobreza extrema, de acuerdo con el INEC).
Por todo esto, una opción que puede cambiar el estado de las cosas sigue siendo un programa de atención integral en salud para adolescentes y jóvenes (10 a 25 años), que representan aproximadamente el 30% de nuestra población y entre quienes se concentran unas significativas, desatendidas y complejas proble-máticas como enfermedades crónicas, sobrepeso y obesidad, síndrome metabólico, diabetes tipo 2, consumo de drogas, discapacidad, embarazo, maternidad adolescente, salud sexual y reproductiva, trastornos alimentarios, depresión, ansiedad, suicidio, homicidios y accidentes de tránsito, entre otras.
Necesariamente, este programa debe considerar acciones coordinadas e integradas en todos los niveles de atención, desde los Ebáis hasta los hospitales nacionales, con coordinación intersectorial.
Nuevo centro de atención. Además, se hace necesaria la creación de una nueva estructura, que idealmente debería ser un hospital para adolescentes y jóvenes, pero, como es poco viable dada la coyuntura económica y política del país, la alternativa es crear un centro de atención integral en salud para adolescentes y jóvenes, adscrito a un hospital nacional.
De acuerdo con la organización hospitalaria y la formación de los profesionales en salud, orientados a la vigilancia y supervisión del proceso de crecimiento y desarrollo que se completa a los 25 años, el Hospital Nacional de Niños sería el indicado para tener adscrito este centro.
El centro se complementaría con un servicio de internamiento para adolescentes con patologías psiquiátricas en el Hospital Nacional Psiquiátrico y con la atención del IAFA para quienes consuman drogas.
Sería un centro especializado en esta población, dentro de un sistema integral, que llenaría el gran vacío existente.
En la década de los ochenta, un programa similar, con énfasis en el primer nivel de atención, fue desarrollado, pero la miopía política impidió un mayor crecimiento y se debilitó significativamente; sin embargo, demostró que es posible la atención diferenciada para adolescentes.
¿No les debemos como Estado y sociedad, a doña Marta, y sobre todo a nuestros adolescentes y jóvenes, hacer algo ya, diferente y mejor, que responda a las auténticas necesidades de esta población?
El autor es jefe de la Clínica de Adolescentes del HNN.