El editorial de La Nación (“¿Inflación o deflación? Ahí esta el detalle”), del 12 de octubre, exime a la política monetaria de responsabilidad sobre la variación en los precios recientes, y no le confiere valor alguno como elemento de reactivación económica.
Esto obliga a una precisión: puede ser que las políticas monetarias aplicadas a la emisión de dinero y hasta las relacionadas estrictamente con el colón, en general, puedan quedar eximidas. Pero no así las políticas monetarias nacionales respecto al dólar y su conversión con el colón (régimen cambiario), su impacto en los precios, la competitividad y la actividad económica a mediano y largo plazo.
La política monetaria de régimen cambiario y el propio manejo de tipo de cambio es otra discusión y un gran detalle. Desde una perspectiva del control de la inflación en Costa Rica hay estabilidad, pero no desde la perspectiva del desequilibrio externo y, menos aún, desde la perspectiva del empleo, ya que, por ejemplo, la tasa de desempleo abierto y el subempleo están en los más altos niveles históricos, desde hace tres décadas.
Se agrega a esto un desequilibrio fiscal de muy amplio calado, lo que no parece preocupar a los monetaristas criollos, según sus pocos pero arraigados principios y sus teorías económicas.
Esto lo que significa es que para estar satisfecho con el desempeño actual económico es necesario cerrar bastante los ojos. También para no advertir riesgos y problemas en esta situación, muy relacionados con un tipo de cambio sobrevaluado con fluctuaciones mínimas, en un contexto de muy abundantes divisas y flujos de capital hacia este pequeño mercado financiero (incluido el muy reducido mercado cambiario) y su economía.
Fuentes de divisas. ¿Cuáles son las fuentes de divisas y de los flujos de capital?
• Por supuesto que tenemos como país un flujo de divisas originado en el turismo y gran diversidad de exportaciones. Las actividades que tienen costos locales importantes han perdido competitividad conforme mantenemos una sobrevaluación del colón, mientras que muchos de nuestros competidores han devaluado sus monedas, en años recientes.
• La atracción de inversión extranjera directa, sin exigencia sobre logros de encadenamientos productivos, o fiscales, y de escasa generación de empleo y valor agregado nacional.
• La política de endeudamiento externo desplegada, en los últimos años, para hacer frente a crecientes gastos públicos, escasos nuevos ingresos tributarios y el amplio y creciente déficit fiscal.
• Los fluctuantes flujos especulativos, hoy un tanto más limitados por la existencia de algunas políticas del BCCR.
• Pero hay otra fuente, la originada en los flujos de lavado de dinero, que es bastante indeterminada y de magnitud difícil de establecer, aunque importante.
A tal punto pueden converger estos flujos, atraídos o no, que no tenemos derecho a sorprendernos de que en ciertos momentos la afluencia de capitales llegue a ser una amenaza inminente.
Impactos. La llegada de flujos, sin que correspondan a necesidades del desarrollo, que no se registra ni se mide su impacto, puede llegar a ser una especie de adicción y esta puede finalmente conducir a una enfermedad económica, cuyos síntomas ya se palpan.
Algo potencialmente muy positivo puede suponer un riesgo a mediano plazo al hacer depender el sistema económico de un país de algún tipo de inversiones o de recursos, de su cantidad y precio internacional.
Es necesario, entonces, abordar algunos extremos y relaciones no tan evidentes pero que plantean ciertos riesgos y limitaciones que la atracción de inversión extranjera puede generar, en ciertos contextos, máxime si su atracción llega a ser insaciable e indiscriminada.
¿Otras piedras? Efectivamente, conviene recordar los errores del pasado. Se han señalado un conjunto de causas de la crisis de inicios de los años ochenta a las que habría que agregar al menos dos: la ruptura abrupta de la exportación hacia el Mercado Común Centroamericano, destino de cerca del 30% de nuestros productos de venta al extranjero, a raíz de la situación político-militar centroamericana de esos años.
La otra fue un tipo de cambio rígido y sobrevaluado, sostenido por decisión política del Gobierno, aunque el tipo de cambio era estrictamente decisión de la Asamblea Legislativa.
Pero hay más. La crítica de Stiglitz al Consenso de Washington como restringido en sus objetivos y también en sus instrumentos es bastante conocida y reconocida como valedera.
Aunque no es tan conocida, la apreciación de Ocampo sobre lo restringido de la práctica y del concepto de estabilidad macroeconómica por muchas de las políticas aplicadas en las últimas décadas, también es muy relevante.
Tiene razón Ocampo cuando afirma que, a partir de los años 80, el equilibrio macroeconómico se centró en la estabilidad de precios y el equilibrio fiscal, reduciendo la amplitud que tenía anteriormente cuando combinaba equilibrio interno y externo.
Es tiempo de recuperar un novedoso –por olvidado– concepto: la estabilidad macroeconómica significa énfasis en la actividad económica real y apunta al crecimiento económico estable y al pleno empleo, junto con la baja inflación y la sostenibilidad de las cuentas externas.
Miguel Gutiérrez Saxe es economista.