En estos días se han vertido opiniones sobre una supuesta “democracia disfuncional” en Costa Rica. Pero ¡qué fácil! Cuando algo no funciona, echarle la culpa al concepto, a la estructura, a la institución o comúnmente a “otros”. La democracia no es disfuncional ni aquí ni en la Cochinchina; es, mientras no aparezca algo que la supere, la mejor alternativa política para gobernar un pueblo. Lo que sucede es que no se ha respetado la receta original y algunos por allí, han querido inventarse unos "mejunjes" que simplemente no funcionan.
La participación del pueblo se legitima cuando escogen a quienes les representan. Así existirá una población denominada “gobernantes o autoridades públicas” a quienes les corresponderá dirigir el país sin dejar de atender las demandas y necesidades de sus gobernados. Incluyamos acá desde la presidencia hasta las autoridades municipales, sin dejar de pasar por las y los diputados.
Políticos disfuncionales. Esa demografía es la que a la postre ha resultado ser disfuncional. Son aquellos que no han querido respetar la legalidad, pero son también aquellos que se han inventado excesos en la legalidad; son los que se la brincan pero también los que ponen vallas que no contribuyen en nada. A esta población representativa, se les olvida cómo, para qué y por qué llegaron al poder y se inventan nuevas formas de utilizarlo, formas que por cierto nada tienen que ver con la democracia.
La máxima representación del pueblo recae en la Asamblea Legislativa, son 8 los distintos partidos políticos que hoy la conforman, el pueblo así lo quiso, quiso esa diversidad, se sintió representado en los distintos partidos y junto con el voto legitimó la agenda ofrecida, o sea, ocho agendas que podrían o no coincidir.
Inteligente, comprometida y desinteresadamente, la negociación se volvía un requisito indispensable para la armonía y los buenos resultados de la gestión parlamentaria conjunta.
Sin embargo, tristemente hemos visto en los últimos días que el diálogo que podría facilitar el intercambio de ideas hasta llegar a los acuerdos, se ha convertido en una especie de no se qué. Ya no debaten sobre ideas, sino sobre personas, no se hablan con respeto y tolerancia, sino con descalificación, ofensas, prejuicios y mucha bilis. Ya no son señor o señora, compañera o compañero, sino “maricón o capo”. ¿Qué sana discusión podría existir allí? ¿Qué avances podríamos tener?
Disfuncionales son las personas que nos representan, no la forma de representación que escogimos hace casi 200 años.