Después de vacaciones de medio año, miles de estudiantes no vuelven a las aulas. A veces por decisión de ellos mismos, en otras ocasiones son los padres quienes lo determinan así.
Cualquiera que sea el caso, están cometiendo un grave error. Cuando la persona está en edad escolar, su lugar es el centro educativo. No hay otro sitio para ellos más que el aula.
En el 2012, 37.762 estudiantes no regresaron a clases después del receso de julio. Para el 2013, fueron 17.579 los que se alejaron de las aulas, mientras que el año pasado, la cifra se elevó a 13.826 jóvenes.
Aunque los números han mejorado, siguen siendo altos y preocupantes, pues el ideal es que el 100 por ciento de los niños y adolescentes esté en las aulas. Además, la inversión que hace el país cada año por estudiante es grande, y si no regresa todo ese esfuerzo se pierde.
Inversión. Un estudio comparativo del Instituto de Estadística de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) revela que nuestro país es el que tiene la inversión más alta en educación en América Latina. Para contextualizarlo mejor: en cada niño de preescolar se invierten anualmente ¢1,3 millones; en uno de primaria, ¢1,5 millones; y en los de secundaria, ¢2 millones.
La inversión en educación es creciente. En el 2015, el MEP debe ejecutar un presupuesto de más de ¢2.188 billones que equivalen al 7,36 % del PIB del país.
A esta inversión que hace el Estado –que sale de su bolsillo como contribuyente– también habría que sumar el costo para cada hogar en la compra de uniformes, útiles, libros, los pasajes y la merienda de ese primer periodo.
Los motivos. Los estudiantes abandonan las aulas por diversas razones: problemas económicos, dificultades en el aprendizaje, poca motivación académica, falta de estímulo en el hogar o porque están siendo víctimas de acoso estudiantil; pero interrumpir este importante camino de la vida solo traerá más inconvenientes y frustración.
En los libros no solo está el futuro de los muchachos, sino también la paz y la seguridad de un país. Por eso, los padres, madres o encargados no deben interrumpir los estudios y tampoco permitir al estudiante hacerlo. Todo lo contrario, deben estimularlos para que arranquen este medio año con nuevos aires e ilusión.
Por su parte, los educadores deben actuar y cuidar cada caso. No es un número, es una persona, con un motivo real que le impide sentarse de nuevo en un pupitre a aprender y a departir con sus compañeros.
Tarea para escuelas. Los centros educativos están en la obligación de velar por que se cumpla el derecho a la educación de cada estudiante. Si un menor se ausenta por varios días, hay que llamarlo, visitar su hogar, citar a los padres y, en último caso, poner la denuncia en el PANI.
El acompañamiento al estudiante debe ser efectivo. Recuperarlo, traerlo de regreso debe ser el objetivo inicial, aunque ahí no acaba la tarea. Hay que escucharlo y atender su caso, buscar las herramientas necesarias y orientarlo para lograr su permanencia en las aulas. En la tarea de mantenerlos estudiando, no solo debe participar el hogar, el centro educativo también es indispensable, y estoy del todo convencida de que el retorno de cada estudiante nos traerá mucha satisfacción.
Y ellos, en un futuro, comprenderán que lo mejor que pudieron hacer fue regresar adonde les correspondía: el aula.
Rocío Solís es presidenta de la Comisión Costarricense de Cooperación con la Unesco.