Tras lo que muchos consideran fue la mejor semana de su presidencia, Barack Obama continuó puliendo su legado este miércoles al anunciar el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba.
El anuncio, aunque esperado, fue histórico y simbólico. Washington y La Habana están enviando un mensaje alto y claro de que la larga era (desde 1961) de distanciamiento felizmente ha llegado a su fin.
Desde que la decisión fue hecha pública por Obama y Raúl Castro, el 17 de diciembre del año pasado, algunas cuestiones debían ser abordadas antes de la apertura formal de embajadas. Los cubanos insistieron en que debían ser excluidos de la lista de Estados que patrocinan el terrorismo y que su misión diplomática tuviera acceso al sistema bancario estadounidense. Ambas demandas se cumplieron. Y, presumiblemente, los cubanos estuvieron de acuerdo con los estándares diplomáticos protocolarios que solicitaron los funcionarios estadounidenses. Que estas negociaciones bilaterales terminaran siendo exitosas pronostican buenos augurios.
El camino hacia la plena normalización, sin embargo, no será fácil. Para que eso suceda, el embargo de Estados Unidos tendrá que ser levantado, lo que requiere una acción del Congreso. Y otras preguntas –incluyendo la base naval estadounidense en Guantánamo y los reclamos de EE. UU. por propiedades confiscadas– tendrán que ser resueltas. Eso tomará tiempo.
A pesar de algunas voces críticas y obstáculos políticos en EE. UU., es sorprendente el nivel de apoyo popular con el que cuenta la política de Obama hacia Cuba -incluso entre los republicanos y en la comunidad cubano-americana. La reacción ha sido más débil de lo esperado. La vieja política está desprestigiada y agoniza.
En América Latina, estos desarrollos han sido ampliamente aplaudidos. El ansiado acercamiento entre ambos países elimina un irritante mayor que persistía en las relaciones de EE. UU. con la región.
Lo que aún no está claro es qué cambios –y a qué ritmo– se darán en Cuba producto del interés mutuo y compromiso de esta nueva relación. La situación económica en la isla es grave. Existen razones para creer que la mejora en las relaciones con EE. UU. podrían traer más capital y oportunidades para la Isla. Las reformas políticas, sin embargo, podrían tardar más tiempo y quizá demanden un cambio generacional en el liderazgo.
Para Obama, la decisión sobre Cuba asegura su legado en América Latina, y es un logro claro de su política exterior. Incluso si Obama logra un acuerdo con Irán –como espera– será mucho más controversial que lo logrado con Cuba.
No sería sorprendente si antes de abandonar la presidencia en enero del 2017, Obama busca el momento adecuado para visitar La Habana. Eso sería como cerrar con broche de oro.
Exclusiva para el GDA, del cual La Nación forma parte.
Michael Shifter es el presidente Diálogo Interamericano.