Durante muchos años, tuve la sana costumbre de caminar varios kilómetros, dos o tres veces a la semana. Era joven y disfrutaba de buena salud. Las caminatas las aprovechaba para hacer ejercicio, mantener buena salud y saludar a los amigos. Llevaba conmigo un par de guantes y una bolsa a fin de recoger los envases plásticos, de vidrio o aluminio y otros desechos que encontraba a mi paso. Una vez llena la bolsa, procedía a ponerla en alguna canasta o depósito para basura con el fin de que la municipalidad la recogiera.
El consumismo desaforado, casi irracional, nos lleva a adquirir artículos innecesarios. Tan es así que en mi lejana infancia, en la vida rural donde muchos de nosotros nos desenvolvíamos, no los necesitábamos. Vivíamos en un ambiente bucólico y apacible. Nos hemos olvidado de aquella vida frugal, aldeana de otrora; hoy somos casi como máquinas, que manipuladas por la propaganda comercial nos hace caer en la trampa de las compras que luego se convierten en basura.
Quiero pensar que quienes tienen la deleznable costumbre de tirar basura a las calles, lotes baldíos, parques, aceras, caños y ríos son una minoría, pero, sin lugar a dudas, conforman un ejército destructor, que producen un enorme daño al país, a la naturaleza y al ambiente. Ese grave daño regresa a nosotros y a los seres vivientes en general.
Viaje a Pérez Zeledón. Hace algunos días, disfruté mucho al visitar San Isidro de El General. Al viajar por la autopista Florencio del Castillo, a la altura de Tres Ríos, se contempla a nuestra derecha la belleza incomparable del cerro de La Carpintera. Para nuestro infortunio, la belleza del cerro contrasta con el basurero a cielo abierto a la orilla de la carretera, ubicado quinientos metros antes del peaje.
No hay duda de que ese “vertedero” se nutre de la falta de educación, dicho así, sin ambages ni reticencias, de unos cuantos vecinos residentes en las cercanías de esa zona. Para colmo de males, unos cuantos metros después del peaje, a la derecha, se observa, en esa misma autopista, el feo panorama que nos brinda la Municipalidad de La Unión: unos camiones recolectores de basura convertidos en chatarra, que en nada colaboran con la belleza del lugar.
Este triste “espectáculo” no es exclusivo de la ruta a Cartago, también podemos observarlo en vivo y a todo color en la carretera a Guápiles, sobre todo en la jurisdicción que le corresponde a la Municipalidad de Tibás, en el sector comprendido entre el inicio de la ruta 32 y el puente del Saprissa.
Ejemplo digno de admirar. Mi paseo a San Isidro de El General tenía como propósito acompañar a la Comisión de Ambiente del Poder Judicial y celebrar una reunión de trabajo con la subcomisión que funciona en el Circuito Judicial de Pérez Zeledón.
Debo reconocer que la mala impresión que tuve al transitar por la zona de Tres Ríos se convirtió en algo sumamente estimulante para el espíritu, en la comunidad generaleña.
La labor que despliega la Subcomisión de Ambiente en aquella localidad es digna de reconocimiento y debe emularse en el resto del país. Nos narraron que están proyectando sembrar árboles en la ribera del río que fluye detrás del edificio de los tribunales y nos hablaron de una labor que califico de encomiable, que se impusieron y la llevaron a cabo: esa meta, nada fácil, consistió en recoger la enorme cantidad de basura acumulada a lo largo de la carretera, en el sector que conduce de esa ciudad hasta un lugar denominado Ojo de Agua, en las cercanías del restaurante Chespiritos II.
Limpiaron una extensión aproximada de 45 kilómetros de ese empinado y peligroso camino, sacrificando fines de semana de sus merecidos descansos. Armados con guantes, palas, bolsas y, sobre todo con un gran entusiasmo, lograron su objetivo. Le dieron un gran ejemplo al país.
Indiferencia dañina. Estas reflexiones no tendrían sentido si no esbozo soluciones. Se me ocurren algunas, pero podría agregar otras: las empresas que se enriquecen con la fabricación y distribución de artículos de consumo y los medios de comunicación, sobre todo los televisivos, deberían involucrarse gratuitamente en campañas educativas de limpieza de las calles, aceras, barrios, carreteras y de los ríos; así colaborarían con un ambiente más limpio.
El Ministerio de Justicia podría hacer una gran labor en este campo, todos sabemos que en las prisiones del país existe mano de obra ociosa, la cual se puede aprovechar en la limpieza de los lugares públicos. Sería una labor voluntaria para aquellos privados de libertad que estén dispuestos a cumplir estas tareas y que observen buena conducta. El Ministerio, a cambio de esa colaboración, podría darles algunos incentivos y beneficios; además, para esa población, la actividad sería una terapia ocupacional.
Las comunidades podrían organizarse y adoptar una carretera, un parque, un barrio, un pueblo y dedicar algunas horas a la limpieza de esos lugares.
Tenemos la obligación de cambiar radicalmente, involucrémonos todos en la búsqueda de soluciones, nuestros actos sumados a los de los demás tienen el potencial suficiente para transformar el universo.
El autor es abogado.