No es descabellado afirmar que el problema del tiempo se ha presentado y discutido en todos los campos del quehacer humano, y en todas las disciplinas del pensamiento. La explicación de don Alberto Einstein rige sobre la ciencia, Aristóteles originó el planteamiento filosófico de nuestros tiempos y Jorge Luis Borges lo dibuja una y otra vez en su hermosa literatura.
En El jardín de senderos que se bifurcan, el sinólogo investigador Stephen Albert explica el tiempo de Ts’ui Pên, erudito y político chino, fallecido autor de una obra incomprensible que llamó su laberinto, como “infinitas series de tiempos, (en) una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos”.
La imagen mental que transmite el título inspira, momentáneamente, la imaginación: un hermoso y apacible jardín chino de casa poderosa, senderos perfectamente definidos con materiales, flores y colores primaverales, caminantes que infinitamente deben tomar una decisión ante cada bifurcación.
El genio de Borges está en la facilidad de la mente para asociar el jardín como representación del devenir de nuestro tiempo y actividades.
El smartwatch . Todo reloj, como instrumento de medición, es una representación de tiempo. La visión clásica recuerda granitos de arena cayendo, y la actual es la aguja marcando segundos con un leve sonido metálico.
Pensamos en el tiempo como una secuencia de granitos, de movimientos de la aguja, de momentos que son y se van.
Por años, la industria de la relojería se ha empeñado en convertir sus instrumentos en joyas, construyéndolas con metales preciosos y presentándolas al público como símbolos de estatus. Así atraen gustos tan amplios como lujo puro, uso profesional o deportes.
Sin embargo, la representación del tiempo de todo reloj actual es la clásica secuencia lineal de momentos.
Pero maneje usted un smartwatch de los que recién hacen su aparición en el mercado, y vea qué sucede: en la pequeña carátula sensible al tacto, se despliega la hora; al tocar un botón accede al clima o a su lista de contactos. Y deslizando el dedo, aparecen los mensajes de texto y notificaciones urgentes. No falta un reporte de su actividad física o su lista de compras de supermercado.
Es como si las infinitas series de tiempo paralelo del Ts’ui Pên de Borges aparecieran en su reloj, y usted las pudiera observar, seguir, medir... muchas al mismo tiempo.
Esa múltiple percepción simultánea de la realidad no es nueva, la introdujo la tecnología hace décadas: se inició con el radio, pasó a la televisión, a los computadores personales y a los teléfonos celulares. Hoy llegó a su reloj de pulsera, a su más cercano punto de contacto con el tiempo.
Algunos años deben transcurrir para que las aplicaciones de estos computadores de pulsera sean imprescindibles para el público en general, pero si la industria del software lo logró con los smartphones, las posibilidades están a favor de repetir un éxito masivo.
Pareciera probable que la industria relojera llegó a una bifurcación del jardín, allí donde está la decisión de qué hacer para mantener sus productos vigentes. Visto de otra forma, podemos imaginar muchos compradores de relojes caminando esta Navidad por el jardín de senderos que se bifurcan.
El autor es ingeniero en electricidad y telecomunicaciones.