Los acontecimientos del pasado primero de mayo en la Asamblea Legislativa difícilmente dejaron a alguien indiferente. La reacción generalizada ha sido el disgusto y la desazón. ¿Cuántos de nosotros nos sentimos representados por las decisiones tomadas ese día por los diputados? Sin duda, muy pocos.
El resultado y los recovecos por los cuales se llegó a él contribuyeron, una vez más, al desprestigio del Congreso y de los partidos políticos. Estos dejaron hace muchos años de formar y capacitar a sus dirigentes y de fomentar su coherencia ideológica y programática; en consecuencia, muchos llegan a ocupar una curul sin compartir los principios y los valores del partido que los llevó hasta ahí.
No debe entonces extrañarnos la falta de congruencia entre miembros de una misma bancada, que puede llevar a resultados tan incomprensibles como los de la pasada elección del Directorio legislativo, que quedó conformado por un popurrí de creencias y agendas, totalmente inconsecuente con la cohesión y visión que debería caracterizar al cuerpo de mayor jerarquía y dirección del Primer Poder de la República.
Listas cerradas. Por otra parte, el sistema de elección por listas cerradas provinciales es responsable de que los ciudadanos votemos, pero no elijamos a nuestros “representantes”. Los partidos construyen las listas de candidatos sin verificar sus antecedentes.
Con frecuencia, escondidos en esas opacas listas, aparecen personas cuya trayectoria les impediría ejercer cargos públicos en cualquier democracia moderna y respetable; pero aquí son diputados y hasta llegan a presidir la Asamblea Legislativa.
La lista cerrada permite a los partidos vender los escaños al mejor postor y que los postulantes no tengan que preocuparse por plantear sus propuestas a los votantes, y a nosotros, los electores, nos impide hacer un escrutinio de las credenciales intelectuales y morales de los candidatos.
Así las cosas, tampoco ha de extrañarnos el transfuguismo parlamentario que produce diputados independientes como hongos en invierno, que, de no haber sido por la lista cerrada partidaria, seguramente no hubiesen llegado al Congreso.
El transfuguismo alimenta la fragmentación y la dificultad para construir mayorías. Mientras en muchos países se han aprobado medidas, nuestro ordenamiento no contiene ninguna solución a ese problema cada vez más común.
Decepción. Quienes votamos en febrero del 2014 por una determinada conformación política en el Congreso tenemos todo el derecho de sentirnos defraudados porque tres años después no son los que eran ni eran los que son, ni votan como se suponía que votarían, ni rinden cuentas de ello.
Claro está, todavía llegan personas honorables, preparadas y muy valientes a la Asamblea. Pero, aunque quisiéramos reelegirlas para aprovechar su conocimiento y experiencia, la Constitución no lo permite.
La fórmula es perversa: listas cerradas, no hay criterios para filtrar la calidad y tampoco podemos reelegir de inmediato a los buenos; hay ahí un gran desperdicio de capital humano valioso. Por si fuera poco, el Reglamento legislativo, diseñado para los tiempos del bipartidismo, permite que un solo diputado impida que un proyecto de ley sea votado.
La calidad de la representación política y la fragmentación llevada al extremo por el transfuguismo producen una creciente dificultad para lograr acuerdos. Y ese es uno de los principales obstáculos para que el país progrese.
Como nunca antes, Costa Rica necesita una discusión nacional sobre una reforma electoral profunda, que revitalice la representación política en la Asamblea Legislativa. No hay tema más importante ni más urgente.
Con puntuales excepciones, los políticos lo evaden. No quieren salir de su zona de confort, plantear al electorado los grandes temas, ni tomar posición sobre ellos. Es prácticamente imposible pretender que el poder reforme al poder. Solo un gran movimiento ciudadano, que sacuda los cimientos del sistema político, será capaz de lograrlo.
Participación activa. Pero ¿estamos los ciudadanos dispuestos a taladrar esas bases, a llamar a cuentas a los partidos, a los dirigentes, a los representantes? ¿Cuántos estamos dispuestos a ir más allá de las quejas e involucrarnos en acciones concretas?
El sistema político está en franca crisis, desnudada por la reciente elección del Directorio legislativo. Si los ciudadanos no actuamos y los políticos se niegan, desde la Asamblea Legislativa, desde el Gobierno y desde los partidos, a acometer las reformas fundamentales, a quien gane las elecciones del 2018 no le quedará más que observar, atado de manos, como el país se rezaga más y como la sociedad se polariza más.
Escrito por Leonardo Morales, Gonzalo Madrigal y Abril Gordienko.