La polarización y la agresividad recorren el mundo, ya no como un fantasma, sino como un huracán.
Partidos neonazis, movimientos xenófobos, comportamientos impropios de líderes y gobernantes que debieran ser ejemplo de buena educación y modales correctos. En unos países se promulgan leyes y adoptan políticas que promueven la concentración de la riqueza y el ingreso a niveles repugnantes. En otros, se usa el poder político para aplacar el hambre y la falta de empleo y oportunidades, y así generar “base social” (clientelismo), mientras desde ese poder se hacen alianzas con “la oligarquía y la burguesía” para llenar los bolsillos de los aliados; también con el ejército.
Vivimos un período de sombras en el que las luces de dos décadas anteriores se van apagando. La gente reclama liderazgos, casi como esperando milagros, pero muy pronto a los elegidos se les cortan las alas. En ese mar de confusiones, los demagogos, más que los populistas, aunque así se les llame ahora, tienen el terreno fértil para lanzar sus redes.
Costa Rica, por largo tiempo ejemplar por su moderación y sentido de pragmatismo, se ha ido contagiando de algunos de esos males, especialmente la vulgaridad, la demagogia y la polarización.
Ninguna sociedad ha sido homogénea e igualitaria como algunos mitos quieren hacer creer; pero en esta parte del mundo, si algunos países se acercaron a ello, han sido el nuestro y Uruguay. Pero ahora aquí, donde antes había transacción y acuerdo, ahora hay atrincheramiento detrás de “lo ya conseguido”, sea esto equitativo o no, un conjunto de privilegios o de derechos legítimos. Y cada vez hay menos sectores y personas que puedan servir de ejemplo a los demás, por lo que terminan culpándose unos a otros, sin ninguna disposición a ceder.
Tono estridente. En ese ambiente, el tono de todas las cosas se ha vuelto estridente. Amparados al anonimato o excepcionalmente con su propio nombre, los comentarios en las redes sociales han servido para que los violentos, los ignorantes y los indisciplinados echen a volar por los aires sus exabruptos y malacrianzas, sus prejuicios y frustraciones.
Siempre ha habido burros y grandes profesores, pero como dice Santos Discépolo en el tango “Cambalache”, hoy da lo mismo ser uno u otro, porque estas redes han “democratizado” las opiniones. Y hasta algunos columnistas muy leídos se escabullen con artículos que son más ruido que nueces.
Recientemente, Jaime Ordóñez ( “¡Voltaire y Montesquieu al paredón!” , Diario Extra 24/7/17) y Jorge Guardia (“ El espectro de George Sorel ”, La Nación 1/8/17) han enfocado muy acertadamente la polarización de la que hablo, aludiendo a ejemplos y circunstancias distintos. No es imperativo coincidir en todo lo que plantean, para reconocer y destacar lo valioso de sus planteos.
Y llegamos al momento del preámbulo a nuestra próxima contienda electoral. Debemos agradecer que tenemos una democracia imperfecta, pero aún sólida, creíble, estable. Pero hoy sujeta a graves riesgos y ataques importantes.
En esas contiendas aumenta el riesgo de golpear más las bases democráticas. También es cierto que aumentan las oportunidades de fortalecerla, no solo motivando a la participación, sino educando bien, especialmente mediante las entrevistas, los debates entre candidatos y los discursos en miles de reuniones personales a lo ancho y largo del país, y al final ante grandes aglomeraciones.
Disyuntiva. Aquí está la disyuntiva para los diversos actores, empezando por los candidatos presidenciales, así como a diputaciones y regidurías. Pero también para los formadores de opinión, periodistas, educadores, líderes cívicos, dirigentes de ONG, sindicatos, dirigentes estudiantiles, etc. ¿Plantearán y preguntarán con afán de informar y aclarar declaraciones usualmente vagas y generales u optarán por buscar el chisme y reforzar los prejuicios? ¿Intentarán no entorpecer múltiples coincidencias o tratarán de polarizar los discursos? ¿Tendrán en cuenta el bosque, el gran panorama, cuando planeen sus actividades o solo podrán ver el árbol de la coyuntura y estrechos intereses?
Todos nos quejamos de la calidad de las campañas y no soy tan ingenuo como para pensar que la próxima será un remanso de paz. Es natural que haya chispas, pues se juega mucho: desde los egos y ambiciones a veces malsanas, hasta ideales y sueños sublimes. Desde intereses muy sectoriales hasta proyectos de beneficio general. Pero todos clamamos por “campañas de altura”. ¿Podrá elevarse la próxima aunque sea algunos decímetros por encima del fango?
Yo empiezo por pedir civilidad. Todos los actores arriba mencionados tienen responsabilidad en esto. De su serenidad, agudeza, educación y perspicacia depende mucho la dinámica de la campaña y, a partir de ahí, la posibilidad de mejorar nuestras oportunidades de seguir siendo, o volver a ser, un país ejemplar en el modo de convivencia entre todos los habitantes.
Finalizo con una nota personal: en estos días de agosto se cumplen 80 años de que mi madre, hermanos y mi abuela tocaron por primera vez el muelle de Limón y, por tanto, el suelo bendito de nuestro país. Quizá porque de todos ellos, y de mi padre y abuelo, aprendí a valorar profundamente todo lo que significa Costa Rica, en la que ellos encontraron refugio y acogida, me es tan caro y tan importante contribuir a hacer conciencia cívica en esta difícil coyuntura nacional e internacional.
El autor es economista.