Desde hace varios años, el problema de la violencia en las aulas es tema que ocupa un lugar especial en las principales discusiones de la mal llamada realidad nacional.
Frecuentemente se escuchan por los grandes medios de comunicación a ilustres sociólogos, trabajadores sociales, economistas, psicólogos y docentes explicar de dónde proviene la violencia, las razones que la subyacen y cómo es que esta ha sido el resultado de la sociedad que hemos construido en los últimos tiempos.
Si bien es cierto que dichos argumentos tienen peso y sentido ya que se fundamentan en serios y minuciosos estudios, pocas veces se escuchan alternativas claras y puntuales que mejoren sustancialmente el problema de raíz.
Al presente, cuando se plantean soluciones, por lo menos mediáticas, se habla de ser más estrictos, rígidos, fuertes, porque años atrás con esos métodos los jóvenes aprendían y respetaban.
Para ser honestos, si lo vemos con números, años atrás en las aulas no había crack , la dinámica socioeconómica era otra, el contexto político era otro, no existía Internet, los jóvenes no se enfrentaban a una sociedad de consumo desaforada como la moderna, y los medios de comunicación si acaso transmitían una mínima fracción de la realidad mundial y, por ende, la percepción no era del todo completa.
Por otra parte, tampoco es cierto que el resultado de la educación “estricta” fue una generación de ciudadanos ejemplares, ya que, y solo por citar un ejemplo sencillo, la mayoría de los hombres que han asesinado a sus compañeras sentimentales fueron formados según dicho modelo.
En otras palabras, asumir una actitud “retro” no nos garantizaría ninguna mejoría.
Igual, considero innecesario continuar barajando el asunto sobre la telúrica retórica que explica la violencia en las aulas con teorías ya muchas veces esgrimidas, las cuales, paradójicamente, no han dejado de ser eso: simples y llanas teorías.
Aunque parezca un lugar común e incluso osado, considero que deberíamos generar alternativas duraderas que nos ayuden a formar ciudadanos tolerantes, respetuosos de sus semejantes y amantes de su patria. Pero, sobre todo, muy críticos de sí mismos y de su entorno.
Técnicas creativas. En este sentido, la frecuente y constante búsqueda de técnicas creativas, sacadas del libreto que diviertan al momento de enseñar, son una de las tantas posibilidades con las que contamos los docentes.
Lamentablemente, el burdo temor o, peor aún, la tenebrosa comodidad de abandonar el esquema tradicional, nos ha relegado años luz en cuanto innovación educativa, la cual, vale aclarar, no se reduce a saber utilizar una pizarra electrónica ni a emplear en el salón tecnología de punta.
Seamos conscientes, en educación como en cualquier disciplina donde interactúan seres humanos, de que los estados de ánimo influyen demasiado en los procesos de aprendizaje.
Para formar integralmente y no solo a nivel epistémico, tanto el docente como el educando deben hallarse bajo una misma sintonía.
En los últimos nueve meses he notado que la implementación de la comedia en las aulas como forma de educar disminuye en gran medida las conductas violentas y la apatía por el estudio.
A los estudiantes les fascina entretenerse mientras aprenden. Las analogías hechas a partir de situaciones reales, las preguntas que producen desconcierto por los insólitos vacíos que dejan las “verdades universales”; las anécdotas que generan reflexión y les inducen a razonar lógicamente con sus propios puntos de vista y la sana discusión y participación de todos en la clase, son recursos que tenemos a mano e independientemente de la materia que impartamos, podríamos aplicar con mayor ahínco.
El asunto quizás está en impartir las clases de forma alegre y espontánea, que el estudiante perciba que uno es docente por amor a la profesión y no porque comencé a estudiar ingeniería y terminé de matemático.
Si queremos aminorar los índices de violencia en los salones hagamos una introspección seria y tengamos en cuenta que cada palabra, cada gesto, cada señal expresada representa algo significativo para el educando, y ella tiene peso de acuerdo al contexto y al momento en el que se pronuncie.
Seguir repitiendo que las condiciones socioculturales y socioeconómicas determinan el espectro de posibilidades reales de cada individuo no sería nuevo para nadie. Es obvio que nunca será igual enseñar en zonas marginales que en las privilegiadas, y que no se puede estandarizar por eso el concepto de violencia como tal.
Sin embargo, el punto no es ese, es más simple aún; quizás una mejoría a nuestra actitud en clase ayude de alguna forma y sea parte de lo que hace falta para redefinir los límites que lamentablemente se nos están saliendo de las manos.