Recientemente, el Colegio de Arquitectos publicó en el diario La Nación una felicitación para los ganadores del concurso de anteproyecto para los edificios de la Asamblea Legislativa, por cuanto su diseño fue seleccionado como el mejor (de los que se presentaron, claro está). ¿Que si habrá sido el mejor diseño que podía obtenerse? Eso no lo sabremos nunca.
No lo sabremos, porque la Oficina de Fideicomisos del BCR y el Colegio le negaron la oportunidad de concursar a la gran mayoría de profesionales en arquitectura de este país. Peor aún, lo hicieron aduciendo argumentos carentes de razonabilidad: en respuesta a una objeción mía al cartel, la cual presenté el 19 de julio pasado reclamando la apertura del concurso para toda persona profesional en arquitectura (lo cual habría sido consecuente con la Guía de concurso de anteproyectos arquitectónicos del Colegio) el BCR respondió diciendo que “debía certificarse haber participado en diseño de edificios grandes para garantizar la buena calidad del diseño”. Eso es una falacia; lo sabe la junta directiva del Colegio y lo saben todos los arquitectos de este país.
Esa manera de realizar concursos priva a la Administración Pública de más opciones y, por qué no, quizá hasta de mejores soluciones. Además, la lesión al propio Colegio (¡a sus colegiados!) es más que evidente: todo principio garante de una libre, equitativa y democrática competencia entre sus agremiados simplemente se va. Desgraciadamente, la junta directiva del Colegio parece no haber leído con detenimiento la introducción de su Guía de concurso de anteproyectos arquitectónicos. ¿O será que yo leí una que no era? La que yo leí habla de democratización del ejercicio profesional y de la igualdad de derechos que debemos tener todos para optar por un trabajo.
Debe de ser que hay otra Guía, una VIP, de un Colegio con una junta directiva, la cual extendió invitaciones para un concurso VIP. Aunque insistieron en invitar a todos y todas, está visto que esos “todos y todas” son en realidad muy pocos.
A sabiendas de que tal arbitraria discriminación ocurre, el que el Colegio siga invitando a todos sus colegiados, instándolos a participar en otros concursos solo se puede calificar como cinismo: el Colegio sabía que el concurso para el diseño del nuevo edificio de la Asamblea Legislativa sería solo para una breve minoría de sus colegiados, y, sin embargo, nos invitó a todos...
Y permitió que la Oficina de Fideicomisos del BCR nos cobrara a cada uno $200 por la compra del cartel, para que luego nos dijera que no seríamos capaces de lograr un buen diseño, para que entonces nos negara toda posibilidad de concursar.
Al final de todo, el Colegio y la Asamblea se felicitan a sí mismos por demócratas. Tengo 25 años de pagar ininterrumpidamente la colegiatura, y merezco que los funcionarios del Colegio y sus directivos me traten con el mismo respeto que a cualquier colega (incluidos sus VIP). Pero el Colegio me ha dejado mucho que desear.
Esta no es la primera vez que me quejo públicamente. El 1.° de octubre pasado La Nación me publicó un artículo sobre este mismo tema, en el cual emplacé al Colegio a pronunciarse.
La respuesta es el silencio. Y, por supuesto, el irrespeto. En un problema tan serio de nuestro ejercicio profesional, yo sí me refiero a todo el gremio.
El concurso era una buena oportunidad para que la actual junta directiva del Colegio pusiera en el tapete de discusión el proceder de la contratación en la Administración Pública, para compeler al Estado a realizar concursos de anteproyecto abiertos y democráticos, tal como aboga la Guía de concurso de anteproyectos arquitectónicos del Colegio. Pero parece que esta junta directiva es realmente VIP y responde a un Colegio VIP.