Mi comentario respecto a la situación actual de la educación chilena tiene que ver con la posición asumida por Carlos Alberto Montaner en su artículo “La educación y el cinismo”, publicado el 30 de junio en el periódico La Nación . En el análisis realizado por Montaner se dejan entrever una serie de inconsistencias y vacíos, que a continuación paso a revisar.
Empiezo por la suposición de Montaner de que los jóvenes chilenos no quieren responsabilizarse de pagar por los servicios de educación, y que exigen que "otros se los paguen". En el contexto chileno, responsabilizarse se vuelve sumamente complicado cuando existe una contradicción estructural en la que Chile, un país deingresos medios, paga lo mismo por la educación universitaria que un país de ingresos altos. Al mismo tiempo, se reclama que la responsabilidad por una educación de calidad no debe ser solamente de los estudiantes y jóvenes chilenos, sino que el Estado tiene el deber de costear, en gran parte, la educación.
El reclamo de los estudiantes y jóvenes chilenos, por lo tanto, es legítimo. Todo Estado debería invertir en educación de calidad, en gran parte para evitar lo que sucede en Chile, donde quienes deben ser beneficiarios de los servicios educativos no pueden hacer frente a los costos. El argumento, por lo tanto, debería girar en torno a la importancia de la educación para el desarrollo y bienestar de la sociedad, así como de la responsabilidad del Estado de garantizar y velar por una educación de calidad y sin exclusión.
Por otro lado, Montaner señala que los reclamos y manifestaciones a favor de una educación inclusiva y de calidad es una actitud incoherente por parte de los estudiantes chilenos. Esto, dado que solo una "minoría de adultos privilegiados" se vería beneficiada. Por lo tanto, exige tácitamente que esa “minoría” asuma la responsabilidad de pagar sus estudios y no reclame más.
Bienestar colectivo. Lo que sucede es que este esquema reproduce la lógica actual de exclusión en el sistema educativo chileno, pues, simplemente, quienes no puedan pagar se quedarían sin educación de calidad. Al mismo tiempo, Montaner realiza una generalización del manifestante y estudiante chileno, pues supone que todos reclaman según un interés individualista, lo cual no es cierto. Más bien, los reclamos se han dirigido en función del bienestar colectivo, exigiendo que el Estado invierta más en educación para, de esta forma, reducir las brechas de acceso y calidad en los servicios educativos. Esto, tomando en cuenta que Chile es un país que sigue siendo considerablemente desigual, ya que, en el 2011, el decil más rico ganaba 27 veces más que el decil más pobre.
Posteriormente, Montaner se pregunta sobre cuál es la “falta” en vender conocimiento por medio de universidades privadas.
Para responder a esto, la falta no se debe a la existencia de universidades privadas, sino, más bien, a los casos en los que estas y los modelos educativos de un país generan exclusión social y, además, profundizan las desigualdades sociales y económicas.
La situación en Chile, respecto al tema educativo, no es única en el mundo. Las reivindicaciones por una educación de calidad e inclusiva son cada vez más necesarias. El artículo de Montaner está plagado de juicios de valor que generan una idea borrosa de la realidad que se vive en Chile, y de la profunda crisis estructural de su sistema educativo.
Luchar por educación de calidad y accesible es siempre una lucha digna y legitima.