De hace un tiempo para acá, ha ido tomando fuerza el apelativo “chancletudo” para referirse a un segmento de las juventudes costarricenses al que se asocian ciertos rasgos: oposición al libre mercado, preocupaciones ambientalistas, sensibilidades de izquierda y respaldo a políticas progresistas (sobre todo en derechos civiles de los homosexuales y reproductivos de las mujeres). El elemento despectivo y caricaturizador del epíteto es lamentable; más si se toma en cuenta que las descalificaciones surgen allí, precisamente, donde se acaban los argumentos para el debate.
Además, la realidad es siempre más compleja (por ejemplo, abundan los estatistas conservadores y los aperturistas realmente liberales, y no sólo de derechas). Permítaseme, sin embargo, emplear los motes para entendernos y decir lo que me parece más importante sobre el tema.
Curiosamente, unos setenta años atrás, los abuelos ideológicos de los chancletudos, la intelectualidad agrupada en torno al Partido Comunista, apodó “glostoras” a los jóvenes vinculados al Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales. De esa forma, hacían alusión a un tónico para el cabello utilizado en esa época por los muchachos “bien”, que revelaba (en la lógica de los comunistas), la cursilería burguesa y distancia de la clase trabajadora, de la que adolecían.
Hoy, quienes nacieron en los setenta y ochenta, empiezan a tomar posiciones de liderazgo en el país. Tendrán en sus manos la Costa Rica de los próximos 30 años. La gran mayoría, que ni usa Lacoste ni tampoco ropa de manta o camisetas del Che, se mantendrá al margen. Como suele ocurrir, será un pulso en el que solo dos élites, chancletudos y, digamos, “posglostoras”, devendrán protagonistas.
Por el momento, unos cuentan con una notable capacidad de movilización político social. Los otros, con presencia e influencia significativa en altas esferas del Estado. En la geopolítica criolla, los chancletudos se mueven al este, en torno a la UCR (La Granja en disputa), mientras los posglostoras han colonizado el nuevo oeste (empezando por La Sabana), hacia Escazú y Lindora, gravitando ideológicamente alrededor del Incae.
Fuerzas en empate. Quizá el limbo en el que se encuentra el país se deba al empate social de estas dos fuerzas, más profundo y complejo, por cierto, que la simple lectura de resultados electorales. Junto a un serio problema de representación política y de inacabada recomposición del sistema de partidos, cuece la creciente intolerancia hacia el pensamiento ajeno y una enorme incapacidad para escucharnos con respeto desde nuestra diversidad.
Es urgente que las nuevas generaciones articulen sus proyectos agregando intereses y, con liderazgos legitimados, recuperen la habilidad política más básica, esa preciada disposición a sentarse a la mesa a negociar con sus contrarios alrededor de un café (en la calle de la Amargura o en Starbucks).
A la fecha, el conflicto latente no ha pasado a más. Una de las razones podría encontrarse en la actual configuración sociopolítica costarricense. Desde los primeros estudios sobre condiciones sociales de la democracia, Lipset postuló y contrastó empíricamente una relación positiva entre la integración social de las divisiones políticas y la estabilidad de una democracia. Así, las personas con mayor pluralidad en sus vínculos tendrían interés en reducir la intensidad de los conflictos, serían más favorables a que se respetaran las distintas opciones ideológicas y estarían menos dispuestas a la represión violenta de quienes no compartieran sus orientaciones.
Ese ha sido el caso de Costa Rica. En casi todas las familias hay tirios y troyanos. El hermano mayor de una militante de un partido de extrema izquierda, confraterniza en Madrid con Rajoy y Aznar. La hija de un ministro de Gobierno, que negocia las asignaciones presupuestarias para las universidades públicas, lidera las protestas estudiantiles contra esos presupuestos. Basta hacer un breve recorrido por Facebook para apreciar llamativos parentescos e insospechadas amistades.
Evidentemente, aunque la desigualdad económica crece en el país, no es ese un factor a partir del cual se estructuren las afinidades políticas (conozco chancletudos de Barrio Dent y posglostoras de Hatillo).
En los años venideros, será imprescindible el aporte de todos y el mutuo respeto. Según Held, “la democracia es el único gran o meta-discurso que puede enmarcar o delimitar legítimamente los discursos enfrentados de nuestra época”. En retrospectiva, cuesta creer que entre Isabel Carvajal y Daniel Oduber, no existieran enormes coincidencias intelectuales, pero, a la postre, el curso de los acontecimientos terminó enfrentándolos en trincheras fratricidas.
Ella murió en México, sin que, ni siquiera, la dejaran venir a morir a su tierra. En 1976, siendo él presidente, la declararon benemérita de la patria, reconociendo su enorme aporte al país. Ojalá no necesitemos probar nuevamente la hiel del odio para reconocer la riqueza de nuestra diversidad.