Recientemente un grupo de extremistas de ultraderecha judíos lanzaron bombas incendiarias a una casa en la aldea palestina de Duma, al sur de Nablus en Cisjordania. Como consecuencia del ataque, murió el bebé palestino Ali Saad Dawbasa y resultaron seriamente heridos su padre Saed, su madre Reham y su hermano Ahmed.
Un mes antes, unos palestinos mataron de diez balazos al joven israelí Danny Gonen quien, junto con un amigo, estaban haciendo una caminata en Samaria, cerca del pueblo judío de Dolev. También resultó gravemente herido un policía israelí.
El presidente de Israel, Reuven Rivlin, y el primer ministro, Benjamín Netanyahu, condenaron el ataque y prometieron capturar al asesino del bebé palestino para que enfrente todo el rigor de la ley. Además, visitaron personalmente a los otros miembros de la familia palestina en el hospital israelí donde estaban siendo atendidos.
Por su parte, el vocero de Hamás, Husam Badran, calificó la agresión de los palestinos al joven israelí como una “operación heroica” y un miembro de la Autoridad Palestina declaró que se trató de “un derecho legítimo de resistencia”.
No importa si el atacante era judío o musulmán, israelí o árabe, ni tampoco si tenían diferencias religiosas o ideológicas con su víctima. Ambas agresiones son viles actos de cobardía absolutamente despreciables. Cuando se trata de actos terroristas, no existen atenuantes ni mucho menos justificantes. Cero tolerancia al terrorismo.
Discriminación y Odio. Hace unos días, Yishai Shlissel, extremista ultraortodoxo judío, se infiltró en la Marcha del Orgullo Gay en Jerusalén y apuñaló a seis participantes.
El atacante era reincidente, pues ya había sido condenado por hacer lo mismo en una marcha similar unos años antes, a la que había llamado la “marcha de la repugnancia”.
Muchos kilómetros al este, también en el Medio Oriente, dos adolecentes iraníes fueron ejecutados públicamente luego de confesar su relación homosexual. Mahmoud Asgari y Ayaz Marhoni fueron colgados en la plaza Edalat, en la ciudad iraní de Mashhad, después de haber sido azotados con látigos.
Autoridades religiosas judías reprobaron el ataque en la Marcha del Orgullo Gay. El primer ministro y el presidente israelíes lo calificaron como un infame crimen de odio y declararon que defenderán el derecho de cualquier persona a vivir en paz en Israel, incluida la comunidad LGBT.
El expresidente israelí Shimon Peres también expresó su condena en una multitudinaria manifestación pública en la plaza Rabin, en Tel Aviv.
En cambio, el ayatolá iraní, Abdollah Javadi-Amoli, dijo que “los homosexuales son menos que perros o cerdos”. Irán es uno de los pocos países en el mundo que castiga la homosexualidad con la pena de muerte.
Es irrelevante si el agresor era religioso o laico, o si la relación homosexual de las víctimas se mantenía en privado o se manifestaba en público.
Ambos eventos son ataques indignos, brutales y definitivamente repudiables. Cuando se trata de discriminación, no existen razones que la expliquen ni moral que la permita.
Maniáticos. Es inconcebible que, a estas alturas de la historia de la humanidad y después de tantas abominables confrontaciones en el pasado, aún existan maniáticos desequilibrados que comentan este tipo de crímenes y tengan esas creencias radicales.
Todavía es más sorprendente que algunas personas y autoridades aplaudan esos ataques, en lugar de condenarlos de manera firme y categórica como lo hacen otras. En materia de diversidad humana, ningún odio tiene fundamento legítimo ni debe consentirse. La única intolerancia válida debe ser contra la intolerancia misma.
Eric Scharf es director del Foro de enlace Costa Rica-Israel.