Casi nunca pasa nada en Cartago, pero en estos últimos meses ha pasado de todo. Cambió nuestro paisaje rural. Ya no nos espera una hermosa hortaliza a la entrada por la Lima, que ofrecía verdes de todas las tonalidades. En su lugar se yergue un monumento de cemento que trae la modernidad, rompe el paisaje e impone el paso de lo que los especialistas llaman desarrollo.
Ampliaron la entrada con pasos elevados y trazos inteligentes para facilitar el ingreso y salida de los visitantes de la Vieja Metrópoli. Casi paralelamente, el tan esperado transporte ferroviario llegó, después de años de ausencia. Trae consigo memorias que guardamos los habitantes de esta hermosa tierra. Eso sí, debemos acostumbrarnos nuevamente a su paso acelerado, entrecruzando vías en las que ya no teníamos que detenernos.
Esta revolución ferroviaria en Cartago trajo consecuencias que nos han afectado profundamente, no solamente por haberse renovado el servicio de trenes sino también por las obras en el centro de la ciudad. No hay reunión, sesión, visitas de amigos y familiares, en las que no se comente lo imposible que es entrar y salir de la muy noble. Los alrededores de la avenida sexta, que antes servía de vía para desalojar la ciudad de salida hacia el oeste y por medio de la cual era posible un mayor flujo vehicular hacia Tres Ríos, San José o la Interamericana, ahora se ha convertido en un bulevar con cadenas que impiden el paso de automóviles a establecimientos comerciales, así como la entrada y salida de los habitantes de la zona. Además del levantado de la línea férrea, en este momento hasta la antigua Estación, ahora hay un foso, en espera de que la línea sea nuevamente restablecida hasta la basílica de Los Ángeles. Quienes circulan por estos sectores, explican lo incómodo que es llegar a sus destinos con prontitud. No hay posibilidad de hacer cruces y todo se convierte en una titánica hazaña, pero igualmente imposible es entrar o cruzar la ciudad de oeste a este, y viceversa, sin siquiera mencionar lo que pasa en las horas pico.
La otra obra que está en boca de la mayoría es la famosa ciclovía, que en otras partes del mundo es un buen recurso para favorecer a toda la población, pero en Cartago ha usurpado parte de las calles, creando múltiples inconvenientes a las personas que viven a su paso. Serpentea el casco central, entrecruza vías importantes pero, lastimosamente, sin una publicidad oportuna y sin acuerdos certeros con el comercio, en especial el dedicado a la venta de bicicletas, para promocionar sus productos. Tampoco hubo acuerdos con los promotores deportivos para concientizarnos sobre la importancia de hacer ejercicio. La obra, entonces, carece de uso.
Ese sentimiento noble, indescriptible y profundo de toda la ciudadanía que resurgió al son de ¡Vive, vive, Cartago vive!, debe mantenerse en nuestra sociedad.
Aprovechemos para luchar por lo que nos falta, como mejorar nuestro desarrollo urbanístico, no permitiendo que se construyan edificios que nos priven de esa maravillosa vista del colosal Irazú, que domina triunfante al norte de la ciudad, como guardián de los múltiples cultivos. Es necesario preservar el casco antiguo evitando más alteraciones de edificios, manteniendo los barrios residenciales que todavía existen, diseñando espacios de esparcimiento y diversión en un área que los contenga, lejos de las residencias.
Para evitar la congestión vial, es preciso diseñar un plan para construir varias vías que garanticen fluidez para entrar, salir y circular por la ciudad, tanto de norte a sur como de este a oeste. También es necesario sacar provecho de ese hermoso bulevar que incluye el Museo como un centro cultural, de entretenimiento y con múltiples posibilidades gastronómicas a ambos lados.
La ciclovía dejará su soledad y se verá llena de entusiastas ciclistas entre los que se encuentren madres con sus hijos, jóvenes, niños, niñas y adultos mayores que retoman esa actividad para mantenerse activos, y, por supuesto, las personas que deciden llegar a sus lugares de trabajo usando su bici.