La política se dirime en el mundo de la opinión, y en ese mundo todo es debatible, cuestionable. Podemos escuchar argumentos ad infinítum sobre si el país requiere, o no, más impuestos; si debe, o no, abolirse la Ley de Concesiones; si la Caja Costarricense de Seguro Social debe ser intervenida para poder meterle el bisturí a muchos vicios que la han venido deteriorando gravemente; si es posible erradicar la pobreza; si los sindicatos solo promueven los intereses de sus agremiados y no el interés común, etc., etc. A diferencia de las ciencias exactas, en el mundo de la política todos los actores pueden esgrimir argumentos que contienen algo de razón.
Libre expresión. En la democracia, los ciudadanos podemos expresar libremente nuestras opiniones sobre cualquier tema relacionado con el manejo de los asuntos públicos. Aquí estriba, probablemente, la mayor virtud de este sistema político. Todos tenemos también el irrestricto derecho a expresar cuáles serían, en nuestro criterio, las consecuencias dañiñas que se derivarían para la sociedad, si se imponen ideas o creencias distintas a las nuestras. Todo mensaje político electoral conlleva la idea de que las propuestas del adversario son peligrosas y, por lo tanto, todo mensaje político, en tanto es una expresión de las bondades propias y de los supuestos errores y falacias del adversario, es una campaña del miedo.
Mala señal. He visto con preocupación que algunos simpatizantes del Frente Amplio, de manera automática, califican de campaña del miedo o de campaña sucia a todo ataque o argumentación contra su trayectoria, ideas o creencias. Mala señal. El verdadero demócrata tiene que estar dispuesto a rebatir los ataques de los adversarios con otros argumentos y no con descalificaciones infantiles.
Las campañas electorales son el medio apropiado para que la sociedad entera se integre a un debate colectivo sobre sus problemas y las distintas propuestas de solución a esos desafíos. No hay razón para temer que ese debate sea fiero e intenso. Sí abrigo temores cuando las campañas electorales se convierten en un juego solapado de frases hechas y cancioncitas arrulladas por abrazos y sonrisas.
Ambigüedad. Todo lenguaje es inevitablemente ambiguo e impreciso. Cualquiera de las palabras que se utilizan en la lucha electoral puede tener muchos significados: comunista, derechista, socialista, neoliberal, capitalista, mafioso, corrupto, etc. Solo podemos conocer mejor su verdadero significado mediante la pregunta y la respuesta inteligente, y el cotejo de las palabras con los hechos, únicos métodos que permiten limpiar un poco la maleza del debate público para poder disponer de una verdad más depurada.
El ciudadano sabe hoy, mejor que en ningún otro momento de la historia, que los políticos a menudo le intentan dar gato por liebre. La historia de la política está plagada de engaños, disimulos y medias verdades. La campaña electoral está diseñada precisamente para detectar a tiempo esos timos.
El mes de enero anuncia ser rico en debates y cuestionamientos sobre las trayectorias y las ideas de los candidatos y sus partidos. ¡Albricias! Que cada palo aguante su vela. De eso se trata el proceso electoral.