Desde hace algún tiempo, el pueblo ha preguntado sobre la utilidad de acreditar los conocimientos de estudios secundarios con la prueba de bachillerato. ¿Para qué sirve un título que acredite la calidad de dichos estudios si los muchachos (o mayores) se han pasado cinco años estudiando en los colegios de secundaria? Eso debería ser suficiente para acreditar los conocimientos.
Esta respuesta no resulta tan obvia; pueden muy bien los muchachos haberse pasado cinco años o más en el colegio (porque ahora se vale arrastrar y repetir casi indefinidamente), y, consistentemente, pueden no haber estudiado ni aprendido nada. Añadamos a esto que la ministra de Educación Pública, Sonia Marta Mora, ha aceptado que muchos de los profesores de segunda enseñanza –casi el 70%– no conocen la materia que enseñan.
¿Qué se aprende en secundaria por lo cual los estudios parecen ser tan importantes? Porque si el bachillerato acredita que el muchacho sabe lo que la secundaria enseña, algo debe estudiarse y aprenderse en secundaria.
Supuestamente, lo que se estudia es aprender a comprender bien los textos leídos. Aprender a utilizar las palabras correctas para expresar las ideas orales o escritas, de manera precisa (el español). Aprender a formular razonamientos lógicos válidos (las matemáticas). Aprender a examinar la verdad o falsedad de las afirmaciones (las ciencias naturales y sociales). Conocer nuestra propia historia y la de la humanidad (la historia). Conocer la situación geográfica de nuestra nación y el contexto internacional (la geografía). Conocer nuestra cultura y las diferencias y semejanzas con otras culturas para apreciarlas y autoapreciarnos. Conocer, además, que existen otros idiomas y aprender a utilizarlos para comunicarnos. Aprender que el mundo entero es medible en términos matemáticos (dimensiones del espacio, el tiempo y sus relaciones lógicas).
En general, las materias impartidas en secundaria nos proveen de la cultura necesaria para desenvolvernos como seres humanos y entender que tenemos enorme potencial a la mano para desarrollarnos personal y socialmente.
Justificación suficiente. Si la secundaria proporciona a los muchachos estos conocimientos, esta formación, esta cultura, muy bien se justifica acreditarlas con las pruebas de bachillerato. Y, por deducción lógica, los muchachos que no pasan las pruebas… no tienen los conocimientos, actitudes y cultura que los años de estudio deberían haber proporcionado.
Algunas personas se oponen al examen de bachillerato porque, a pesar de que los muchachos se pasaron los cinco años en el colegio, no logran aprobarlo. ¿Qué les ha pasado? ¿Será que el bachillerato no es conmensurable con lo que los muchachos han estudiado y aprendido?
Esto nos conduce a preguntarnos si fue que los muchachos no estudiaron o no lograron aprender; y también a examinar lo que ocurre en las aulas: ¿Conocen los profesores en profundidad las materias que deben enseñar y su propósito? Y si las conocen, ¿será que no saben enseñarlas? Porque, definitivamente, me rehuso a pensar que la razón de que nuestro muchachos no aprueben el bachillerato después de haberse pasado cinco años en las aulas se debe a que no tienen la capacidad mental para aprender.
Nuestra sociedad entera reconoce que los conocimientos otorgados por los estudios secundarios abren la puerta de entrada al mundo del autoconocimiento, de la cultura, del respeto, de la criticidad y posibilitan el desarrollo de las potencialidades con que hemos sido dotados.
Por esa razón, destinamos de muy buena gana ingentes recursos para que ningún muchacho en nuestro país se prive de la oportunidad ofrecidas por los estudios secundarios.
Compromiso educativo. Si no creyéramos en los estudios secundarios como portal para las oportunidades, no los financiaríamos. Si creyéramos que un título regalado es suficiente para que los muchachos encuentren trabajo bien remunerado y cuenten con instrumentos para desarrollarse, en vez de gastar tanto dinero en pagar profesores y construir aulas, haríamos una feria en cada cantón para entregar a cada muchacho un cartoncito en el que lee “bachillerato”.
Nuestro compromiso con los estudios secundarios y la educación en general, por la cual pagamos casi un 8% del PIB, se fundamenta en que está absolutamente confirmado científicamente que cada año de estudios garantiza un porcentaje mayor en el salario… y queremos empleos de calidad para nuestros muchachos, además de su realización personal.
Si algunos no quieren estudiar, pueden quedarse con la escuela primaria que enseña a leer y otras cosas necesarias para la vida, o estudiar alguna carrera técnica que no requiere bachillerato. Pero si los muchachos permanecen en la secundaria, con los costos que ello implica para los padres y la sociedad, debe exigírseles acreditar ese tiempo invertido en el colegio mediante un examen.
Deber del profesor. Y con respecto a los profesores, ellos tienen el deber legal y moral de demostrarnos que conocen con excelencia la materia que deben enseñar y lo hacen. Por ello deben someterse a una acreditación, y si no lo logran, a someterse a cursos especializados y de urgencia, que los acredite para enseñar lo que deben. Lo contrario sería una estafa más a la sociedad.
Como corolario de lo anterior, la Sala IV no ha pedido al MEP otorgar el bachillerato a la gente que no lo aprueba; al contrario, pretende obligar al MEP a garantizar que todos los estudiantes quienes han cursado los cinco años de secundaria no han gastado nuestros esfuerzos y dinero en vano. Que deben aprobar realmente los exámenes de bachillerato sin mengua alguna porque poseen los conocimientos suficientes para aprobarlos. El MEP tiene la palabra.
La autora es filósofa.