Con gran acierto, la sección Proa de LaNación enfocó su atención el domingo 29 de agosto en la problemática de la Cuenca del río Grande de Tárcoles. Nos parece apropiado aportar, como complemento al excelente reportaje, una serie de elementos que ayudan a entender no solo la urgencia del problema socioambiental que afronta la principal cuenca del país, sino que contribuyen también a visualizar soluciones en las que no requiramos del heroico esfuerzo de “resiliencia” (o resistencia) de la cuenca.
Es claro que la cuenca baja realiza una labor encomiable. A pesar de la pesada carga que recibe, mantiene servicios ambientales y posee una adaptabilidad suficiente como para que subsista fauna significativa (entre ella el magnífico cocodrilo) y se pueda hasta realizar tours en lancha.
Sin embargo, el crecimiento de la población y de la utilización de la cuenca podría llevar a que estas riquezas ambientales dejen de ser sostenibles. Conforme lo presentó el reportaje en Proa, el río no puede lidiar con la cantidad de desecho sólido que recibe y la calidad del agua hace que los habitantes de la región afronten retos para su subsistencia (ejemplo de esto son los pescadores de Tárcoles).
Incluso, a pesar de que los cocodrilos son un atractivo primordial, las playas y manglares de Guacalillo, Playa Azul y otros sitios cercanos no son utilizables para el turismo extranjero más exigente con los factores estéticos y ambientales de las amenidades. Las zonas ribereñas de las áreas protegidas en la cuenca baja y los cambios de uso del suelo beneficiosos para el ambiente no alcanzan para mitigar estos impactos. Las soluciones están cuenca arriba.
Raíz del problema. La raíz de la problemática se encuentra en tres factores importantes: el consumo indisciplinado e inconsciente, la degradación e insuficiente protección de las zonas ribereñas y nacientes a lo largo de la cuenca alta y media, y la insuficiente regulación y procesamiento de los desechos que se arrojan a la cuenca.
El consumo indisciplinado e inconsciente es la primera causa de la gran cantidad de desechos que generamos los habitantes de esta cuenca. Es imprescindible que aprendamos cómo disminuir nuestra huella ecológica: reducir, reutilizar y, hasta que no quede otra alternativa, reciclar. Por ejemplo, las dantescas cantidades de plástico que las campañas de limpieza lideradas por Terra Nostra nos muestran en los lechos, orillas y playas pueden prevenirse con solo rechazar las bolsas plásticas innecesarias en la tienda o supermercado, o escoger envases de vidrio retornables o reutilizables en lugar de los desechables.
Ahora bien, esta reducción del impacto de nuestro consumo requiere acompañarse de medidas para recobrar las zonas ribereñas y nacientes a los largo de la cuenca. En la cuenca media y alta, uno de los problemas fundamentales es la invasión de estas zonas por viviendas de escasos recursos, problema que se acrecienta día con día hasta con trágicas consecuencias.
Asimismo, los modelos de protección sin manejo ni apoyo como las zonas protectoras, inefectivo adefesio conservacionista de los años 70, son altamente inapropiados para esta delicada función. Lo grave es que un alto porcentaje de la protección en esta cuenca está en este modelo: La Carpintera, cerros de Escazú, Tiribí, El Rodeo, río Grande, cerro Atenas, El Chayote. Tanto dentro como fuera de estas zonas abundan los usos de la tierra incompatibles con la protección mínima necesaria.
Caótica infraestructura de apoyo. Finalmente, tenemos el caos de la infraestructura de apoyo y la vigilancia efectiva para el cumplimiento de la ley. Cualquiera que haya visto las pocas partes en que el río Ocloro fluye al aire libre, se habrá dado cuenta de que es usado como cloaca con las conexiones del alcantarillado, cayendo directamente allí sin tratamiento.
Más abajo, las huellas de la industria y otros usos que generan desechos y sedimentación excesiva son evidentes en ríos como el Tiribí, María Aguilar (técnicamente muerto por falta de oxígeno en buena parte del año) y el Torres con solo mirar las espumas y sedimentos que fluyen hasta la confluencia del Virilla y el Grande de San Ramón (donde se forma el Tárcoles).
Es urgente fortalecer la efectiva regulación de las prácticas que causan estos impactos e invertir en las obras de infraestructura necesarias para contar con adecuado tratamiento de las aguas provenientes de los diferentes usos humanos.
Se requiere de un esfuerzo conjunto interinstitucional, de la sociedad civil y de la empresa privada que haga posibles las soluciones necesarias para resolver esta problemática. Ideas como los corredores biológicos urbanos que se han propuesto desde los grupos locales y algunas municipalidades son buenos pasos en la dirección correcta. Sin embargo, aún falta ver un compromiso más claro para concluir obras de infraestructura esenciales como las que permitan procesar las aguas negras del área metropolitana.
En este sentido es a los ciudadanos y residentes de nuestro país a los que parece que nos toca empujar estas agendas no solamente con actividad cívica, sea en grupos organizados o mediante los votos en las elecciones municipales. También nos toca poner el ejemplo reduciendo la huella de nuestro consumo por el bien de los costarricenses del futuro. ¡Démosle esta ayuda tan necesaria a nuestra heroica cuenca del río Grande de Tárcoles!