Primero fue el rey Juan Carlos quien “valientemente” posó, en Botsuana, para una fotografía con un maravilloso ejemplar de elefante a sus espaldas que él había abatido a balazos minutos antes. Más recientemente se divulgó la noticia de que un odontólogo de Estados Unidos, Walter Palmer, viajó a Zimbabue para matar al león Cecil, macho alfa de una manada de estos bellos animales en extinción. Para matar a su víctima, el “valiente” doctor Palmer pagó $150.000 a unos asistentes para que pusieran a la víctima a punta de mira.
Los dos hechos tienen mucho en común: los dos asesinos son gente adinerada, educada y culta; viajaron a África a medrar entre el hambre y la falta de escrúpulos de socios africanos que se prestan para facilitar el asesinato que se realiza no como un acto de necesidad o defensa si no por placer; y, luego de cometido el delito, posaron felices, orgullosos, victoriosos con el cuerpo exánime de sus víctimas a los pies o a las espaldas. Sin duda, en el mundo de los asesinos estos tipos son inspiradores ejemplos que seguir.
Pero ¿son el rey Juan Carlos y el doctor Palmer los dos únicos asesinos de esta especie? Desgraciadamente, la respuesta es no. Son cientos los asesinos que viajan al África para participar en safaris de la misma innoble estirpe que estos dos casos. De hecho este tipo de asesinatos de víctimas indefensas es parte de la industria del turismo en África. Pero también en el resto del mundo hay homicidas, muchos de ellos psicópatas, que participan un día sí y otro también en el asesinato de animales inocentes, por el puro placer de matarlos.
Cuántos sujetos de esta especie hay en Costa Rica, no lo sé, pero son cientos: queman animales vivos, los hieren por placer, los torturan hasta su propio orgasmo, los patean y un largo etcétera de conductas delictivas que, sin embargo, en Costa Rica y en la mayor parte del mundo quedan impunes a pesar de que, en una histórica resolución, un tribunal argentino declaró a un orangután persona no humana y, como tal, destinataria de derechos. Esa jurisprudencia debería globalizarse.
La gran pregunta es: Quien es capaz de hacerle esto a un animal no humano, ¿no se lo hará jamás a una persona humana?
Cuidado, hay que tener presente que los seres humanos también somos animales y muchos de nosotros, como los niños, las niñas y los adultos mayores tan indefensos y vulnerables como las personas no humanas a las que matan por placer estos asesinos.
Pablo Ureña es abogado.