La muestra del coro ruso, al final de las jornadas del ya pasado Festival Internacional de las Artes (FIA), nos congració con sus tres inherentes componentes al máximo nivel. Porque festival hubo, con su dimensión de lo festivo. Cómo no, con lo internacional también quedamos servidos, con esta expresión estética originaria de millones de hombres y mujeres al filo entre lo occidental europeo y lo oriental asiático, lo nórdico del Volga y esos sureños cosacos del Kazajstán (en ruso confunden la “o” y la “a”). Y, respecto de la cola, las artes, pues resultó concluyente la muestra, con ingredientes bien compuestos, en hermosa transiciones, entre lo musical, lo vocal, el baile, el folclore y hasta cierta acrobacia. Varias ovaciones de pie lo confirmaron.
Empatía. A pesar de faltar comunicación verbal directa (hasta con una mini-deficiencia: la presentadora habló de “trobajo” en vez de trabajo, por la misma interferencia vocal señalada), hubo mucha empatía y desbordó el entusiasmo, contagioso en el buen sentido. Claro que el lenguaje gestual es grandemente universal, como cuando dedujimos que había una escena con base en chisme, como otra, con amagos de violencia (felizmente ficticia): es la superioridad del teatro, en más de un aspecto, con la directa presencia física, real, de los actuantes.
Como en una matrioshka , artesanía no verbal, una cosa va en otra, lleva a un resultado acabado, con impresionante gimnasia de rodillas, ritmo de zapateo (no precisamente flamenco) y cadencias ascendentes, tan características en esa genuina manifestación de cultura popular: lo rusko se vuelve rosca. De verdad, enhorabuena. Apoteósica, esta embajada cultural. Nos impactó la autenticidad en la entrega total del humano-artista.
Nada más que este servidor, durante la misma presentación grandiosa no pudo evitar auscultar en el ambiente, también internacional, interferencias de otro tipo: el arte, pero con maña, lo arti-ficial, pero con propósito arti-ficioso: digo una cosa, pero hago otra. A diario lo vemos y escuchamos por la noticias sobre esa misma región sub-caucasiana. Frente a la desbordante realidad en el escenario, como nos regaló esa gente muy especializada y rodada en el gran Arte (con mayúscula) de mover fibras profundas y nobles en el alma humana, pues también existe y persiste el arte con minúscula: “teatro” en el sentido falso, aparentar que “yo no fui, fue Teté”. Entonces, señores, el escenario no son unas tablas, sino la realidad cruda. En Ucrania, después de la “empujadera” vendrán las balas; sí, usted, presidente pillo, cuyas orejas se asoman, pretende que todo se vea como “voluntad popular”.
Patraña. Ya presenciamos el segundo acto de esta patraña: primero fue con Crimea, que el zar de nuevo cuño esgrimió razones históricas, cuando en realidad le interesa mover sus soldaditos no de plomo, pero sí con pies pesados, con tentáculos hasta en Siria. Asistimos a la continuación, porque el show debe seguir: otra vez, gente sin identificación, escondidos todos tras máscaras… eso sí, con el arma, el último modelo del kalashnikov ruso y otros juguetes de guerra, bien a la vista. Haciendo que se hace.
Yo sé, la política puede tener mucho de teatral y, por cierto, del bando norteamericano tampoco han faltado las jugarretas geopolíticas, como cuando por televisión Clinton calmaba a su gente señalando que las bombas alrededor de Belgrado quedaban muy lejos de Nueva York… Ese juego, que no lo es, resulta contagioso, en el mal sentido…
Este mero espectador del gran teatro del mundo opina que también existe algo llamado “derecho internacional”, que hay vidas humanas de por medio, que hay instancias geopolíticas supra-nacionales. Total, perdonen, prefiero el genuino espectáculo escénico antes que las poses de ese patán con patas, parrandeando como Polichinela.