Guías y salvadores de la patria, los políticos no lo son; no es esa su función, nunca lo han sido; ningún hito histórico lo confirma, su función es gobernar, una tarea pasajera, contingente. Nadie se crea indispensable, sino útil y sustituible. Bueno sería si el gobernante es poseedor de un acendrado espíritu de servicio, capaz, honrado, responsable y sereno; pero antes, como votantes, jurémosle fidelidad a nuestro sistema democrático para que de aquí partan dos corrientes cada vez más importantes: orden y seguridad. O sea, respeto a las leyes y confianza en las inversiones.
Todos son elementos fundamentales para el desarrollo nacional. Para conseguirlo, algunos dirán que esto depende del poder político vigente, pero como afirma Cecilia Echeverría Falla, profesora de filosofía de la Universidad de Costa Rica, en su libro Reflexiones en torno al liberalismo: “El poder político es connatural a la organización social y está dirigido a la consecución del bien común (…), el poder no es superior a la comunidad, sino que depende de ella, porque ha sido constituido para conseguir el fin de la comunidad, que es el bien común”.
Sirvan las anteriores palabras de preámbulo o introducción a las andanzas democrático-electorales. Se trata de dos campañas políticas alejadas en el tiempo una de otra. La primera aconteció en Atenas y la segunda, en Santa María de Dota.
Experiencias. Apenas amaneciendo, pasé por mi amigo, quien debía presentarse para la apertura de una mesa de votación en San José, y partí para Atenas. Cuando llegué, el presidente de la mesa se enteró de mi partido político y se molestó mucho; como mi respuesta fue pacífica, él se calmó. Llegada la hora del almuerzo, me invitó a compartir el suyo. A las seis de la tarde comenzó el conteo de los votos, y el partido del presidente salió triunfante.
Los compañeros me pidieron llenar el acta, y, saco al hombro, el presidente y yo salimos caminando por la calle bajo la luz de la luna. A medio camino, le hicimos señales a un jeep que nos llevó a la ciudad de Atenas, donde hicimos entrega del material. Finalmente, nos despedimos con un fuerte apretón de manos. El partió a su casa y este servidor para San José.
La segunda andanza democrático-electoral sucedió otro mes de febrero. Roberto Murillo, filósofo y escritor, y yo fuimos a Santa María de Dota como delegados del Tribunal Supremo de Elecciones. En esta oportunidad dispusimos de carro con chofer y visitamos varios centros de votación. Terminamos almorzando en un restaurante donde le guardaban a Roberto una botella de vino que él mismo ya había comenzado, pues este lugar era uno de sus preferidos, como lo demuestran sus artículos periodísticos contenidos en dos de sus libros: Estancias del pensamiento y Segundas estancias. Las precitadas andanzas se efectuaron en las campañas políticas de José Joaquín Trejos Fernández y Rodrigo Carazo Odio.
Abrigo la esperanza de que muchos costarricenses, al menos con su voto, conserven el vigor político del régimen democrático, hoy demandante de una mayor entrega ciudadana. Ella será la “parte ganadora” de nuestra política.
El autor es abogado.