Un terremoto como el recién ocurrido en México es un hecho. Nadie duda de su veracidad porque ocurrió y es cierto. Lastimosamente, no todos los hechos son tan claros de probar ni todas las verdades tan ciertas de admitir. Si rastreamos el origen de la palabra “verdad” nos encontramos con la palabra griega aletheia, que significa “lo que no está oculto”, “lo que está manifiesto”.
Según esta definición, la verdad es algo que brilla a la luz del entendimiento. La falsedad, el pseudos, es, por lo tanto, el “ocultamiento de las cosas”.
Por supuesto se da por entendido que la verdad es la que descubre las cosas como son y las muestra por medio de las palabras. Pero descubrir las cosas como son ya no es tan simple como antes y tampoco el lenguaje tan exacto o representativo de una realidad o hecho.
Si a esta reflexión le agregamos que en latín el término veritas se refiere, concretamente, a la “exactitud en el decir” ,podemos comprender la importancia de las palabras sobre los hechos. La concordancia entre lo exacto y el lenguaje es resultado de un antiguo y tácito compromiso social.
Si verum es por lo tanto “lo exacto y completo”, veritas hace referencia directa al decir, y no tanto al decir enunciativo, sino al narrativo buscando la veracidad de los hechos y siempre la congruencia con el que los narra. Todo lo contrario a la idea de verosimilitud que utilizamos los que hacemos ficción o drama.
Nómada. Y ahí es donde hago la reflexión. Las épocas y las costumbres humanas rompen estos moldes y transitan sin pena ni gloria entre la verosimilitud y la veracidad, entre los hechos y las narraciones encubiertas de los mismos hechos de manera nómada entre el pasillo del tiempo real y el ficticio.
La posverdad ha llegado para quedarse. Con ella se forman las mentiras emotivas, fruto maduro de la retórica y de la manipulación de masas que describe la forma de crear y modelar opinión pública, y por lo tanto, tendencia a que para verdades ya no es suficiente el tiempo porque no alcanza. Detrás de un hecho viene otro persiguiéndolo en cadena de hechos y verdades.
Ya desde Aristóteles sabemos que los hechos solos generan menos entusiasmo que cuando están sumados a alguna emoción. Editar los hechos es condimentarlos. Volverlos materia entusiasmada como decía Platón. ¿Qué pasa entonces con los hechos? ¿Dónde quedó su importancia? Los hechos son cada vez más ignorados una y otra vez en la mesa de políticos, juristas y negociadores en una espiral creativa que compite con lo mejor de un dramaturgo o guionista.
Posverdad. La época de la posverdad ya tiene su marco teórico y su justificación. Los hechos cambian como cambian las tendencias de la audiencia: con la manipulación flagrante de estos sin tiempo real que los sume.
La época de la posverdad enuncia que “el que algo aparente sea verdad es más importante que la propia verdad que no es aparente. Por lo tanto parecer ser y eso es lo que importa: que parezca verdad. Miente, miente que al final te creerán.
Aletheia con chorizo parece ser el menú cada vez de más personas, cuando pretenden que comamos los hechos adobados con condimentos para encubrir el mal estado de las materias primas. Eso o hacerse el que no vio, no comió, no presenció hecho alguno, por lo que ese hecho no existe, sino el que aparece de pronto desplazando al anterior.
En el campo de la ciencia, tradicionalmente, un hecho científico se supone que es una observación que puede ser verificada y considerada como objetiva. ¿Qué pasa con los hechos ahora del periodismo, de la cultura, de la educación y de la misma ciencia si ya no se sigue la verificación, puesto que cambian en una vorágine estrepitosa? ¿Qué pasa con los afectos movilizados en masas por las redes como instantáneamente verdaderos? ¿Cómo identificarnos con los hechos los seres humanos para crear experiencia, conocimiento, a partir de pseudohechos?
Para muchos psicoanalistas, el poder de la ficción es enorme. Comparto esta apreciación. Somos lo que narramos. La aletheia con chorizo que le contamos a otros día con día en un proceso creativo, inventivo, sin más regulaciones que nuestro autocontrol frente a la mitomanía y los vicios de carácter, es la que al final nos da la identidad. Si no siempre narrar la verdad nos da la felicidad, siempre esta ahí, a la espera de tomar con nosotros un café que sí es café.
La autora es filósofa y escritora.