Las primeras comunidades humanas así como las grandes civilizaciones antiguas se establecieron cerca de los ríos. El agua, además de ser un recurso sagrado y digno de culto, como el caso del Nilo en Egipto o el Ganges en la India, es aquel recurso sin el cual la vida no es posible. Debido a su importancia y necesidad, en siglos posteriores, en la antigua Roma, surgen avanzados métodos de ingeniera en la construcción de acueductos para abastecer al imperio.
Con el paso del tiempo se ha enseñado que el ciclo del agua es infinito y que es un recurso que nunca se acabará. Hoy, el panorama ha cambiado, no solo por la mala utilización del recurso hídrico sino por su creciente valor estratégico en términos de poder dentro del sistema internacional y por los intereses económicos que se han creado en torno a su utilización y abastecimiento.
El agua no es una mercancía que se rija por las leyes de la oferta y la demanda y tampoco debe considerarse una fuente de inversión en el mercado, como es vista por grandes empresas multinacionales. Un derecho económico no puede estar nunca por encima de un derecho humano.
Según la ONU, el acceso a fuentes de agua potable y su saneamiento es valorado como un derecho fundamental de todo ser humano y es un deber de todos los Estados garantizar la distribución (de manera eficiente) a los ciudadanos que habiten un territorio dado.
Crisis en camino. El pasado 28 de noviembre, en Budapest, se celebró la Cumbre del Agua, donde representantes de varios países y delegados de la ONU afirmaron que el mundo se dirige hacia una crisis “insostenible” sobre la escasez del agua, y recordaron que la mayor parte de agua del planeta es salada; solo un 3% es agua dulce destinada al consumo humano, a la industria, la agricultura y la ganadería. Dicha Cumbre hizo un llamado a los países del mundo a cumplir con los objetivos del Acuerdo de París sobre cambio climático.
Hace varias décadas, expertos y analistas internacionales comentaban que los próximos conflictos dejarían de centrarse en el petróleo y pasarían a convertirse en disputas por el llamado “oro azul”.
Lo que parecía una ficción sobre el agua es cada vez una realidad más inminente. Por ejemplo, en el 2000, en Cochabamba, Bolivia, hubo una revuelta popular para impedir que el agua se privatizara y el derecho al acceso a agua potable fue pagado con la sangre de los cochabambinos.
El problema persiste en ese país, solo que esta vez no es por el riesgo de privatización, sino por causa del cambio climático. Largas sequías y contaminación de los ríos tienen a los bolivianos sufriendo la peor crisis hídrica en su historia.
Discusión nacional. Otro ejemplo sobre la importancia que viene tomando este recurso en la arena política se observa en Costa Rica. Este año por iniciativa popular se revisó la antigua Ley de Aguas de 1942, donde se valora el agua como un bien económico.
Esto ha generado una serie de cuestionamientos por parte de sectores como el agrícola, el empresarial y el civil, tanto a favor como en contra de que el agua sea un bien de dominio público o sea visto como un bien económico y no un derecho.
En síntesis, ninguna persona escapa de la crisis. Se necesita dejar de lado la indiferencia e ignorancia al pensar que el agua nunca se acabará, y observar cómo se agota el recurso hídrico en manos de grandes corporaciones y deficiente administración por parte de los Estados.
Todavía es tiempo de recapacitar e instaurar una nueva cultura medioambiental en todos los habitantes de la Tierra sin importar el estatus social o económico. No se trata solo de cerrar el grifo o tardar menos tiempo en la ducha, sino de un cambio de actitud respecto a la forma de vida y sociedad donde el consumo, la prosperidad o lo que llaman algunos la “verdadera felicidad” se genera por la acumulación de bienes materiales que terminan produciendo toneladas de basura y altos índices de contaminación.
Un cambio de mentalidad orientado a una forma de vida más simple y equilibrada permitirá asegurarles un mundo mejor a las futuras generaciones. Somos parte de la naturaleza, no sus amos, y sin agua, no hay vida.
La autora es estudiante universitaria.