Más que como politólogo, esta reflexión la hago como un ciudadano, como un votante. Édgar Mohs decía en una entrevista para este diario que el costarricense está decepcionado, defraudado por los líderes en que confió y que, llegada la hora, en el mejor de los casos no hacen mayor cosa y, en el peor, cometen barbaridades a costa del Estado, ergo a costa de ese pueblo que los llevó a su puesto.
Asimismo, don Édgar recordó que hace mucho que no hay políticos de calidad, y, eso es fácilmente comprobable a nivel de mandatarios: hace casi treinta años que nadie recuerda un presidente con afecto genuino y al cual considerasen como un verdadero estadista.
Se ha creado una suerte de círculo vicioso en tanto los menos indicados para ejercer la política son los que llevan a la gente a la apatía electoral, al desinterés total sobre la política, pero, a su vez, ellos se siguen manteniendo en sus puestos pues no se pueden remover desde las urnas ya que las personas que les adversan no quieren votar; los datos lo respaldan: el mayor grupo de votantes se matricula entre indecisos y los que se abstienen de votar. Esto ha mantenido por muchos años ya a una pequeña élite gobernante que ha dominado las instituciones estatales en función de sus intereses. Haga usted el ejercicio, rebusque en los periódicos de 25 años para acá y verá cómo los mismos nombres danzan entre uno y otro de altos puestos directivos.
Si bien no es una ley, no es un buen síntoma que la carrera política la hagan personas que, después de ocho años –o más– en puestos claves, no hayan demostrado con hechos su pertinencia para esos espacios y más bien su nombre salta a la vista solamente en titulares de dudosas actuaciones. Hemos llegado al punto de hacer a la política el fin último de la política y no el medio para poder cooperar con el bienestar del mayor número. No por casualidad cada ocho años brincan los mismos nombres para optar por una curul pues, según el sistema actual, tienen amplísimas posibilidades de obtener de nuevo tan codiciado lugar. Pero, paradójicamente, el problema radica en donde deberían terminar estos males, en el ciudadano mismo.
Dadas las pinceladas anteriores, podría parecer contradictorio solicitar a las personas que no se alejen de la política, pero es que así es como se puede y se debe combatir. La apatía política es el mejor medio para la perpetuación de las mismas personas en el poder, de allí que es el sentimiento contra el que debemos luchar.
La política no es mala en sí misma, es lo que han hecho de ella. Por ende, podemos reconvertirla si nos apropiamos de los espacios políticos desde nuestra localidad hasta en el momento que votamos por quienes nos representarán a nivel nacional. Si bien el sistema requiere muchas mejoras y es ciertamente excluyente en muchos aspectos, existen mecanismos democráticos para optar por un cambio. Quejarse cada cuatro años de las mismas personas tiende a ser hasta irracional; mejor es no colocarlas del todo y optar por una genuina renovación de liderazgos. Pero dejar la política en manos de los mismos no es la solución; eso solo los empodera. Si queremos resultados diferentes, debemos actuar diferente.