(Costa Rica da honra, no risa). El presidente del Comité Olímpico de Guatemala, Sergio Camargo, dijo: “Me disculpan. A Costa Rica le falta creérsela. Costa Rica tiene el mejor índice de desarrollo humano. Solo les falta creer en ustedes”.
El dirigente guatemalteco se refería a la necesidad de una política deportiva, pero su sentencia es aplicable a otros campos de la vida nacional. Hemos bajado los brazos, hemos puesto la mano sobre el arado y hemos vuelto la vista atrás. En otras palabras, pese a considerarnos el pueblo más feliz del mundo, lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, ha aumentado el déficit de confianza en nosotros mismos y en nuestro país. Esta sensación de felicidad personal no se vierte en visión y en acción perseverantes. Esta paradoja compete a especialistas de diverso linaje interdisciplinario, pero no por ello los profanos la dejamos de lado.
La cuestión es mundial. Nos desenvolvemos en una atmósfera de nihilismo. El pesimismo de la inteligencia, tan necesario, no logra hermanarse con el optimismo de la voluntad para desplegarse en obras concretas e iluminadoras. La gente necesita ver y tocar para creer. Las ideas y los proyectos deben encarnarse. Esta encarnación fortalece la fe y la esperanza. Y si la higuera no da frutos, se seca.
En muchos campos, pues, “no nos la creemos”, pese a que nuestra historia y nuestro presente abundan en obras inspiradoras, algunas grandiosas, que el sector nihilista del país trata de ocultar o de “bajarle el piso”, al compás de la maledicencia, la envidia, la mala fe y la falta de solidaridad (“Patria, patria, pero, eso sí, que no me toquen el bolsillo”). La más cabal expresión de esta mentalidad aberrante radica en un cambio de consonantes: Costa RiSa, en vez de Costa RiCa, un juego de letras respetable, en el orden literario, como acto de sana rebeldía, pero indigno como argumento (ad hominem y ad mulierem) de una entidad privada, en el debate nacional.
Costa Rica no da risa. Nunca ha dado risa. Los problemas que actualmente nos avasallan, en el orden económico, social y moral, nos invitan a la lucha, al pensamiento y a la acción, también al sacrificio, no a la mofa o a la falta de respeto, el valor ético por antonomasia de toda persona o agrupación decente, sin el cual las proclamas por la libertad se tornan risibles.
Costa Rica no da risa. Y porque no da risa, sino, más bien, honra y dignidad, muchos seguimos dando la cara contra los males que nos afligen para “fomentar” la cultura, el bien común y la libertad con responsabilidad. Posiblemente, estas palabras provoquen risa que, afortunadamente, no deja de ser una forma de pensar.