Del circo legislativo al oasis del partido entre las selecciones de Costa Rica y España. De entrada, me confieso: lo peor que nos pudo haber pasado habría sido ganar. Pasó, más bien, lo mejor que nos pudo haber pasado: un empate, 2 a 2. Toco así las fibras más íntimas de nuestro ser costarricense, de nuestra psicología, en el ancho mundo del futbol, el mejor espejo de nuestras reacciones pendulares en otros campos de la vida.
Nos regimos por los resultados y extraemos conclusiones de un solo resultado: si ganamos, somos los mejores del mundo, y si perdemos, somos los peores (los venerables intelectuales de la ANFE dirían que somos Costa RiSa). En otras palabras, muy pocos son los que ahondan en el proceso o en el planeamiento, o en la forma como obtuvimos ese determinado resultado. Nos columpiamos entre el cielo y el infierno, de sopetón, sin que medie nuestra facultad primordial: la razón para ver, juzgar y actuar.
Ocurrió de esta manera lo mejor: un empate 2 a 2, expresión de un partido vibrante y laborioso, que no da lugar para el engañoso y tonto orgullo, y tampoco para la humillación, pero sí para un sano realismo: si queremos y hacemos las cosas bien, podemos, y que, además, nos brinda un horizonte de oportunidades, sometidas, eso sí, a la palanca del éxito: el duro y perseverante trabajo.
La selección de Costa Rica “no echó a perder un partido brillante” ni el empate fue obra del director técnico, como se ha dicho. ¡Cuidado con la falacia o confusión entre la relación de causa a efecto y la sucesión cronológica! Nuestra selección sobrepasó todas las expectativas gracias a un planteamiento táctico inteligente, a la capacidad de algunos jugadores sobresalientes y a la voluntad e intensidad de todos. Vale mucho más, con visión de futuro, la forma y el contenido de lo que se hizo que el resultado en sí. La selección alemana no pudo evitar la derrota en la agonía del partido final con España en el Mundial pasado. ¿Cabía evitar aquí el empate con toda España encima?
Lo dicho vale para nuestro desenvolvimiento personal y social frente a los desafíos actuales. El camino de la sabiduría y del desarrollo es el sacrificio, amasado en la explotación inteligente de las derrotas, sobre todo, y de las victorias, que pueden ser engañosas, sin olvidar que los que más tienen son los que más deben dar. No existe el “hágase rico de la noche al día” ni “el soplar y hacer botellas” ni se avanza jamás a punta de nadaditos de perro o del himno nacional del “pobrecito”.
En fin, pasó lo mejor: 2 a 2. Ni exaltación ni amargura. Más bien, expresión cabal de que podemos, si queremos y luchamos.