El pasado viernes, durante las celebraciones de la Anexión del Partido de Nicoya, y enfrentado a enfáticos pedidos de varios sectores guanacastecos, el presidente Luis Guillermo Solís insistió en que, al ocupar su cargo, se había encontrado con un conjunto de instituciones públicas descoordinadas. Esto limita su eficacia, incide en desperdicios o pérdidas –incluso de inversiones– y, por tanto, reduce drásticamente la capacidad oficial para actuar frente a retos esenciales en la provincia, como el suministro y calidad del agua, mejoras en la infraestructura, generación de empleos y disminución de la pobreza.
Con matices, ubicación, temas y precisiones distintas, esta queja ha sido una constante de todos los presidentes y gobiernos del país durante las últimas décadas. Si solo se tratara de una declaración típica de un comienzo de administración, encaminada a señalar las responsabilidades del predecesor (o predecesora), estaríamos, paradójicamente, ante una situación de reducida importancia: bastaría un ejercicio de voluntad ejecutiva para enmendar yerros, alinear decisiones y rendir resultados a corto plazo.
La situación, sin embargo, resulta mucho más compleja. Es producto de un disperso archipiélago de factores institucionales, legales y políticos, que han entrabado el quehacer estatal, restado capacidad de conducción al Poder Ejecutivo, diluido responsabilidades, incrementado la capacidad de obstrucción de la burocracia y desestimulado las iniciativas de los jerarcas. Frente a tales desafíos, no basta con la buena voluntad gubernamental.
Deseamos que, en esta materia, el presidente Solís sea una excepción. El horizonte temporal que tiene por delante ofrece ahora una oportunidad, a él y al país. Sin embargo, para aprovecharla será indispensable que el ímpetu revelado en Guanacaste, o el que desplegó, para luego replegarse, sobre la fijación de precios de la gasolina, vaya acompañado de otros componentes. Entre estos apuntamos, como de particular importancia, una clara visión de los objetivos centrales de la Administración, incluidas sus grandes prioridades; una creciente cohesión del equipo de gobierno y de este con las instituciones autónomas; negociaciones propositivas con los partidos políticos, y particular atención al suyo (Acción Ciudadana); canales para la comunicación y el intercambio con el resto de los actores sociales, y planes estratégicos para desarrollar la acción gubernamental en los temas definidos como esenciales.
Nada de lo anterior implica renunciar a la iniciativa puntual o simbólica, la decisión inmediata o la denuncia pública como elementos del desempeño gubernamental; menos aún, pretender arreglar el complejo universo del Estado antes de actuar frente a retos de gran calado o potenciar oportunidades de gran futuro. Esto conduciría a la parálisis. Se trata, más bien, de no confundir el acto de voluntad con el resultado que, para producirse y tener permanencia, requerirá un esfuerzo más deliberado y complejo.
Esperamos que, como resultado del diagnóstico en que parece haberse concentrado una parte del Gobierno durante sus primeros tres meses, muy pronto los costarricenses podamos conocer las rutas críticas que se proponen seguir el presidente Solís y su equipo. A partir de ellas les será mucho más factible desarrollar planes para interactuar con factores, actores y dinámicas institucionales que incidirán en el éxito o fracaso de las iniciativas; también, para el tipo de negociaciones políticas que demanda la particular composición de la Asamblea Legislativa.
La acción emblemática siempre será una gran aliada de la dimensión táctica; la visión amplia y las aspiraciones de reformas de gran calado, un necesario acicate para estimular voluntades y precisar el rumbo. Pero entre estos dos polos deberá desarrollarse el grueso de la acción del Gobierno, con trabajo sistemático, coordinación, transparencia, realismo, determinación y paciencia. De todo ello dependerán, en última instancia, el resultado de la actual Administración y el tipo de quejas que expondrá, en Guanacaste u otras provincias, el próximo mandatario.