La variación interanual del índice de precios al consumidor (IPC) de abril 2014 a marzo 2015 se ubicó en un 3,05%, una de las más bajas en los últimos diez años. Se sitúa también en la parte inferior del rango inflacionario establecido en el Programa Macroeconómico del Banco Central, entre un 3% y un 5%. En los primeros tres meses de este año, la inflación acumulada ha sido poco menos que espectacular, apenas un 0,02%. Eso debe llenar de mucha satisfacción a los consumidores y asalariados costarricenses. Sin embargo, plantea una interrogante fundamental: ¿Podrá sostenerse la baja inflación?
Varios factores internos y externos han incidido en el satisfactorio comportamiento de este indicador esencial. Uno de ellos, muy importante, es la relativa estabilidad cambiaria observada en los últimos meses, luego de los ajustes del primer semestre del 2014 y la ligera reducción en las cotizaciones más recientes. El tipo de cambio afecta el valor final de los bienes y servicios importados (fenómeno que se conoce como pass through o “traslación” en la jerga económica) y, cuando es estable o se reduce, el efecto se siente con relativa rapidez en el IPC.
A lo anterior se une la baja inflación registrada en la economía mundial, particularmente en los países desarrollados con quienes realizamos el mayor comercio internacional. En algunos de ellos, como Estados Unidos, Japón y los miembros de la Unión Europea, ronda apenas el 1% anual, uno de los períodos de mayor estabilidad de precios en la economía mundial. Y, dentro de este mismo ámbito, también ha influido la reducción de los precios finales de las materias primas y comestibles importados, particularmente los precios del petróleo, que cayeron en meses recientes a la mitad de lo registrado el año anterior.
El petróleo que indirectamente consumimos (WTI) bajó de $102 por barril el año pasado a prácticamente la mitad al inicio de este año, y produjo un alivio (parcial) en los bolsillos de los costarricenses. Aunque el precio del petróleo ha repuntado levemente en las últimas semanas, y podría subir un poco más en el segundo semestre, los especialistas consideran que no llegará a los niveles del 2014. Eso significa que este factor positivo en la evolución de los precios en Costa Rica se podría revertir, pero solo parcialmente. En todo caso, el ahorro que significa la menor factura petrolera ha incidido positivamente en el mercado cambiario, y esto contribuye a la leve reducción del tipo de cambio antes apuntada.
Otro factor importante en la relativa estabilidad de precios ha sido la prudente política monetaria del Banco Central. Según se revela en el Programa Macroeconómico aprobado en enero, el medio circulante solo crecerá un 9,5% este año, la liquidez en moneda nacional un 10,9% y el crédito al sector privado un 12,8%. Esa expansión monetaria parece compatible con el crecimiento real esperado de la producción (3,4%) y una inflación programada del 4% anual (más o menos un punto porcentual), por lo que, probablemente, no se produciría una presión indebida en la demanda agregada a corto plazo ni, por tanto, en el IPC.
Según han apuntado los técnicos del banco, todavía existe una pequeña capacidad ociosa de producción que llegaría a su fin en los próximos trimestres, con todo lo que esto implica para los precios futuros. Íntimamente relacionado con eso, hay otro factor que también ha incidido en las bajas variaciones del IPC: el crecimiento relativamente bajo de la producción nacional, matizado por un menor gasto del sector particular y la baja inversión de los sectores público y privado. Aunque desde el punto de vista del crecimiento de la producción y la generación de empleo esta variable luce poco atractiva, desde la óptica de la inflación ha sido un factor para considerar.
También influyen las expectativas de inflación y devaluación que han tendido a acercarse gradualmente a la realidad y, en el primer caso, a las metas del Banco Central. Cuando los agentes económicos consideran que las políticas monetaria y cambiaria están bien orientadas, se genera más confianza y así se revela en la práctica. El índice subyacente de inflación (ISI) que calcula el Banco Central también ha llegado a converger con el IPC, alrededor de un 3% anual.
Dicho lo anterior, conviene examinar un poco la sostenibilidad de los factores que han incidido en la menor tasa de inflación. Algunos de ellos parecen más estables, pero otros podrían variar en un plazo relativamente corto. Vemos una relativa estabilidad en los precios de los bienes y servicios importados, cuya variación posiblemente será inferior al 2% anual en los próximos 12 meses. Los precios internacionales del crudo sí podrían experimentar una mayor variación, pero sin llegar a fijarse en los niveles del año anterior, como apuntamos anteriormente. También vemos una estabilidad cambiaria relativa, al menos en lo que resta de este año, y una estabilidad más prolongada en la política monetaria (expansión controlada), siempre y cuando el Central mantenga flexibilidad en su política de tasas de interés, incrementándolas si fuera necesario, para acomodar circunstancias cambiantes.
Entre los factores que podrían incidir desfavorablemente en el IPC habría que citar, de nuevo, posibles incrementos en los precios de los combustibles y en transportes, como el que entró en vigor la semana pasada, que no fue nada despreciable. Los aumentos en los precios de bienes y servicios regulados, al igual que ciertas tarifas públicas, le podrían también pasar su factura al IPC. Pero hay dos factores preocupantes: el agotamiento de la capacidad productiva ociosa en el contexto de una política fiscal expansiva, que podría presionar más peligrosamente la demanda agregada y forzar posibles ajustes en el tipo de cambio el año entrante, no solo por las razones anteriormente apuntadas, sino, también, por los ajustes al alza en las tasas de interés en los Estados Unidos, que podrían desalentar entradas de capital y reflejarse en las cotizaciones del mercado cambiario.
Correspondería, en tales circunstancias, una doble acción estatal para mitigar los efectos: contener significativamente el gasto público para asegurar una expansión de la demanda agregada menos inflacionaria y una mayor flexibilidad cambiaria para que los eventuales ajustes, si se dieran, se produzcan con rapidez para no exacerbar las expectativas de inflación y devaluación. Con su nuevo régimen cambiario, el Banco Central tiene los instrumentos para hacerlo. Ojalá también avance hacia el esquema de metas de inflación (inflation targets ) con mayor celeridad.
En el campo fiscal, desafortunadamente, hay un rezago mucho mayor. Mientras el Gobierno no comprenda que su política fiscal expansiva lleva implícito el problema inflacionario al agotarse la capacidad productiva ociosa, no se podrá decir que la inflación futura, ni las tasas de interés, estarán bien controladas.