La actividad de los bancos comerciales está sujeta a muchos riesgos que sus directores y gerentes deben identificar y administrar de manera integral. Los azares van desde deudores sin voluntad de honrar sus obligaciones hasta la utilización de las entidades financieras para lavar dinero indebidamente obtenido, pasando por los problemas de iliquidez, cambiarios, de tasa de interés y de pérdida de valor de las inversiones. La mala gestión del riesgo atenta no solo contra el patrimonio de los bancos (que es bajo comparado con los pasivos que asumen) sino también contra el interés de sus depositantes e inversionistas. Así se justifica la adopción de normas mínimas sobre lo que pueden hacer y lo que no les está permitido, tanto como la existencia de entidades encargadas de supervisarlos.
Las empresas aseguradoras parecen estar más expuestas a riesgos que los bancos. Además de los peligros citados, la materia prima con que trabajan es, precisamente, el riesgo (de colisión, incendio, terremoto, robo, etc.). Sin embargo, hace mucho tiempo aprendieron el abecé de la diversificación: no poner todos los huevos en una misma cesta. Una cartera de actividades diversificada –en exposiciones, montos y por geografía– permite a las aseguradoras mantener acotados los riesgos y a sus directivos dormir tranquilos. Los banqueros tienen mucho que aprender de ellos.
En banca, muchas exposiciones no tienen el grado de diversificación usual en la industria de seguros. Por ejemplo, el negocio de las tarjetas de crédito está expuesto al riesgo sistémico de recesión en el país o en sectores importantes, como la construcción. El riesgo crediticio se atiza cuando suben las tasas de interés y la devaluación afecta a quienes teniendo ingresos en colones asumen deudas en dólares. Los bancos, en particular si no son bien manejados, suelen estar expuestos a riesgos de naturaleza sistémica cuya materialización puede causarles la quiebra.
En Europa, un número importante de bancos ha entrado en problemas de mora crediticia. Algunos son pequeños y su quiebra no atenta contra el sistema financiero. Sin embargo, otros son muy grandes o están interconectados y ponen en enormes dificultades al sistema financiero en su totalidad. En la jerga, se les denomina too big to fail (demasiado grandes para fracasar). Y un mal en el sistema financiero de un país rápidamente se transmite al sector real de la economía y produce estragos. Por eso las autoridades hacen todo lo que esté a su alcance para evitar que las grandes entidades financieras entren en dificultades.
Las medidas preventivas van desde exigir a los bancos grandes operar con mayor nivel de capitalización (patrimonio/deuda) que los chicos, hasta prever la posibilidad de convertir una parte importante de sus pasivos en capital accionario en caso de problemas. El propósito es que no sean los Estados (es decir, los pagadores de impuestos) los que asuman los costos de intermediarios financieros fallidos, en razón de créditos malos o por problemas administrativos. Esa responsabilidad es de los accionistas y de quienes hacen operaciones, en particular si son grandes actores. Es una manera de ejercer control sobre el riesgo moral.
Pero, en Costa Rica, la Ley Orgánica del Sistema Bancario Nacional da a las operaciones de los bancos públicos la plena garantía del Estado. Es decir, mientras no todos participan de las bondades de esos bancos, ni reciben dividendos por su operación –siendo los dueños teóricos– la totalidad de los contribuyentes sí participa de los potenciales problemas financieros.
Noticias recientes, que reflejan indebida injerencia en la actuación de algunos bancos estatales, no dejan de ser preocupantes. Todos los bancos comerciales, en el tanto operan con una alta proporción de recursos del público (apalancamiento), deben hacerlo de manera prudente. A los de propiedad estatal con importancia sistémica debemos exigirles aún más.