Desde los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Rusia ha mantenido una batalla de nervios contra el oeste y el centro de Europa. Más recientemente, Moscú ha hecho gala de su endémica voracidad en Ucrania, donde alienta un conflicto armado, ocupa el oriente del país y la histórica Crimea que velozmente se anexó.
Vladimir Putin ha dado señales de que ambiciona extender su pax rusa sobre el vecindario europeo. En varios puntos de sus fronteras con Europa, Moscú ha desplegado un vasto sistema de bases y plataformas para poderosos misiles que podrían negar la navegación aérea a Estados Unidos y a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Para ampliar ese círculo de hierro, un grupo de aliados escogidos, como China, Irán y Corea del Norte, serían bienvenidos a compartir el sistema.
En respuesta a los planes rusos, Estados Unidos ha lanzado una iniciativa para asegurar las defensas occidentales mediante una red de bases. Además, la OTAN, con preponderante participación de Estados Unidos, constituirá una brigada superior a cinco mil soldados para vigilar, por turnos, en cada uno de los países limítrofes con Rusia.
La brigada sería un factor de disuasión para cualquier arrebato del Kremlin de despachar tropas hacia sus vecinos del oeste. La brigada occidental periódicamente llevará a cabo prácticas con los ejércitos de los países aliados. Polonia, alentada por esta nueva decisión, anunció el desembolso de una suma importante para contribuir con los planes de la OTAN. La reacción del Kremlin no se ha hecho esperar. Sus portavoces acusan a Estados Unidos y a sus aliados de quebrantar normas internacionales pactadas por Washington y Moscú en los años 90, cuando la mera supervivencia de Rusia era causa de inquietud. De aquellos tiempos datan docenas de pactos del oeste con Moscú, que se han ido descartando según la potencia del este despliega nuevas ambiciones expansionistas. Para revivir el espíritu de los 90, los tiempos demandan convenios que respondan a las nuevas circunstancias.
Las condiciones de la última década del siglo pasado originaron también pactos de Occidente con el Kremlin. En esos años se abrigaban esperanzas de que la misma Rusia pudiera, en el futuro cercano, incorporarse a la OTAN. Vana ilusión. Moscú aprovechó la distensión de relaciones para reorganizar y modernizar sus recursos bélicos.
Reinaba en el ambiente europeo y, en alguna medida, en Washington, cierto grado de euforia. Los otrora dominios de Stalin parecían virar en dirección al libre mercado y la democracia.
Nada se dijo en las nuevas ediciones de pactos con Rusia sobre las intervenciones armadas en naciones que luchan por su libertad. Este inmenso vacío le permite a Moscú intervenir con tropas y aviones de combate, muy lejos de sus fronteras, en la cruenta guerra siria, en favor de la dictadura de Bashar al- Asad.
De esa forma, Rusia mantiene al rojo vivo el conflicto que anima a las masas de refugiados instaladas a las puertas de gobiernos occidentales para conseguir alimentación y abrigo. Esa presión migratoria ha hecho tambalearse a más de un gobierno europeo y conmociona a la ONU.
La crisis enciende la discordia en Occidente y fortalece a los sectores menos inclinados a la acción humanitaria. Las democracias latinoamericanas, unidas a las de otras latitudes, deben levantar voces de aliento para exigir soluciones prácticas, capaces de salvar miles de vidas. Los países afectados tampoco deben perder de vista esta dimensión estratégica de la crisis de los migrantes.