Con la aprobación legislativa de Atenas y el visto bueno de las principales potencias acreedoras, así como del Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (FMI), el plan de rescate financiero de Grecia completa una travesía compleja pero, por ahora, exitosa.
El programa asciende a 86.000 millones de euros que se destinarán mayormente a recapitalizar bancos y cancelar deudas e intereses. También incluye una dotación importante (35.000 millones de euros) para estimular el crecimiento económico del país y la creación de empleos. Ya parte de la suma global se ha canalizado para cubrir obligaciones vencidas en julio. Desde luego, este es solo un elemento de un complicado plan de tres años para, por tercera vez, salvar a Grecia de un precipicio económico e institucional e impedir su exclusión de la zona del euro.
Diversos sectores reconocen el liderazgo del primer ministro Alexis Tsipras en el avance político y diplomático del plan de rescate, aunque era difícil predecir ese resultado. Las elecciones generales griegas celebradas en enero de este año favorecieron a su partido de izquierda, Siriza, con 149 de los 300 escaños del Parlamento. Siriza devino en un importante pilar de las alianzas con otros partidos para la aprobación de ciertas leyes.
El joven Tsipras (42 años de edad) lideró a su partido en la campaña electoral de enero con la bandera de erradicar de Grecia la austeridad impuesta por los bancos e instituciones internacionales en sus empréstitos al país. El desempeño de Tsipras como candidato nacionalista y adversario de los créditos que, según él, ahogaban a la ciudadanía, fue un factor determinante para la victoria de Siriza.
Con el impulso populista de su retórica, Tsipras inició sus funciones como primer ministro. En sus visitas iniciales a las potencias europeas, sobre todo Alemania, sus ilusiones se vinieron al suelo. La canciller Angela Merkel y su secretario de Economía, Wolfgang Schauble, confrontaron las ideas y planes de Tsipras y su ministro de finanzas Yanis Varoufakis.
Ya para el mes de julio, sin nada concreto en manos, Tsipras organizó un plebiscito para recabar el sentir ciudadano sobre los programas exigidos por los acreedores. El resultado se sabía de antemano y un resonante “no” fijó los destinos financieros inmediatos. Pero el plebiscito no le quitó el sueño al contingente internacional encabezado por Alemania y el FMI. Con el dictamen del plebiscito en la bolsa, de nuevo Tsipras y Varoufakis emprendieron un peregrinaje que, a la postre, nada logró.
El plebiscito comenzó a parecer un callejón sin salida, capaz de amenazar la permanencia de Grecia en la zona del euro. Fue en ese punto que Tsipras pareció recapacitar. Ya en mora con algunas deudas, decidió cambiar de ruta y destino. El dirigente emprendió negociaciones con los acreedores en el marco de las tesis sostenidas por ellos. Eventualmente, Varoufakis se separó del gobierno. Fue quizás un gesto de honradez de un hombre afincado muy a la izquierda y carente de nuevas ideas.
El capítulo final de esta jornada, que apenas se inició en enero del presente año, fueron varias votaciones en el Parlamento relativas al tema de las deudas que Tsipras ganó con pragmatismo y el apoyo de dos pequeños partidos. Una tercera parte de la bancada de Syriza anunció el viernes que se desprendería del partido para formar casa aparte, más a la izquierda.
El más reciente desafío es en el ámbito electoral. Tsipras debió encarar la amenaza de un voto de desconfianza gestado por miembros de su fracción para hacer caer a su gobierno. El primer ministro se adelantó para renunciar a su cargo y solicitar del Presidente griego la convocatoria a elecciones adelantadas en setiembre o quizás octubre. Con su inmensa popularidad y una bancada más a tono con su pensamiento, Tsipras se siente confiado en otra victoria. Pero falta todavía otra prueba decisiva, que consiste en lograr el buen desempeño económico y social de Grecia. Este olvidado examen puede hacer y deshacer a cualquier líder en tierras democráticas.