El sector bananero del país, uno de los que más divisas aporta a nuestra economía, afronta serios problemas que es menester enfrentar objetivamente.
Tal como enuncia un reportaje de nuestro periodista José David Guevara aparecido el pasado lunes, las dificultades que enfrenta esa actividad van desde baja productividad física -que en promedio cayó de 2.700 cajas por hectárea en 1989 a unas 1.900 en la actualidad- hasta problemas en los mercados meta, en particular el europeo y, sobre todo, grandes distorsiones de precios internos que sistemáticamente elevan nuestros costos por encima de la competencia mundial.
El problema de la baja productividad física se debe, entre otros, al recrudecimiento de la sigatoka, a la poca fertilización y al uso marginal de tierras con bajo potencial productivo. A esto último se recurrió en respuesta a un mercado bananero otrora boyante. Los crecientes problemas de la sigatoka y la escasa aplicación de fertilizantes parecen tener su explicación en restricciones presupuestarias surgidas cuando los ingresos netos por venta de la fruta fueron bajos, lo que originó un círculo vicioso difícil de romper. Por su parte, el proteccionismo adoptado por los países de la Unión Europea, más un consumo menor que el estimado en Europa Oriental y China, no ha permitido colocar toda la producción nacional que se había previsto en el pasado. Se trata, sin duda, de un riesgo a que está permanentemente expuesta toda actividad empresarial y que, de una u otra forma, debió ser incluido en el cálculo de los productores.
A todos los problemas anteriores se une una cantidad de impedimentos de origen interno que es menester corregir. Las altísimas tasas de interés que operan en el mercado financiero doméstico, y que no guardaron correspondencia con el ritmo de la devaluación pasada, al unirse al elevado endeudamiento de los productores, se traducen en problemas que se extienden a los entes financieros, en particular los estatales, que financiaron, quizá alegremente, buena parte de la actividad. Asimismo, los altos costos de embarque y los impuestos que operan sobre diversas etapas del proceso productivo y de mercadeo, en particular el impuesto sobre las exportaciones, han acarreado severas dificultades a la actividad bananera, la cual el año pasado debió reducir el área de cultivo en unas 1.600 hectáreas.
Estas últimas calamidades, que son producto de distorsiones de nuestro sistema económico en general, deben ser enfrentadas cuanto antes. Por ello, la adopción de medidas de ajuste estructural, sobre las que ya parece haber relativo consenso, son tan importantes. En efecto, la reforma del sistema financiero nacional se ha de traducir en bajas en inferiores tasas de interés sobre préstamos; la reforma del Estado en el mediano plazo debería acarrear rebajas en los tributos y la introducción de competencia en servicios tan básicos para una economía como son los de carga y descarga en los puertos, ciertamente contribuirán a aliviar las innecesarias cargas que hoy debe llevar sobre sus espaldas el sector productivo y que, de continuar, podrían hacer la diferencia entre sobrevivir y sucumbir ante la competencia internacional.