Atrás quedaron los días de optimismo exorbitado y promesas huecas. Carlos Villalta, nuevo ministro de Obras Públicas y Transportes, no promete grandes avances sobre la inespecífica base de “administrar bien”. Pragmático, comienza por poner límite a las expectativas y reconoce, de entrada, la escasez de presupuesto y la muy imperfecta capacidad de ejecución.
Se concentrará en sacar adelante las obras viales ya encaminadas y, para mejorar la circulación, solo promete obras puntuales capaces de aliviar los principales embotellamientos. No revolucionará el transporte público porque carece de los recursos y el tiempo necesarios. Mejor así, con franqueza y sin la visión simplista de los inicios de la actual administración, cuando todas las soluciones parecían estar a la mano si tan solo las cosas se hicieran bien.
A fin de cuentas, pocas cosas se han hecho. El nuevo ministro se plantea la necesidad de estudiar las causas de la mala ejecución, mediante una cartografía de los “verdaderos problemas”. Las soluciones saldrán del análisis, no de buenos propósitos sin fundamento en la realidad.
Villalta es un tecnócrata y el término nada tiene de peyorativo. La Real Academia lo define como un “profesional especializado en alguna materia económica o administrativa que, en el desempeño de un cargo público, aplica medidas eficaces que persiguen el bienestar social al margen de consideraciones ideológicas”.
El país está urgido de tecnócratas, y, si el ministro encaja a plenitud en la definición, quizá escuchemos propuestas sobre la forma de cerrar la brecha entre las enormes necesidades de infraestructura y la falta de financiamiento tan claramente reconocida. El Estado costarricense no puede hacer frente a los requerimientos del desarrollo y es hora de revisar los prejuicios contra otros modelos de financiamiento de la obra pública. Lo contrario es renunciar a construirla, y el país no puede seguir dándose ese lujo.
Los problemas de ejecución deben ser analizados, pero no hay duda de su existencia. La prueba está en el escaso avance de obras ya financiadas. Si el ministro lograra construirlas, dejaría un importante legado de infraestructura, no obstante la estrechez presupuestaria del MOPT, por lo menos en comparación con varios de sus antecesores.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) y otras entidades otorgan miles de millones de dólares en créditos cuyo aprovechamiento está lejos de ser óptimo, sea por al atraso de las obras, con el consecuente aumento en los costos, o simplemente por falta de ejecución, como sucedió con el programa Limón Ciudad Puerto.
Si en efecto el ministro se concentra en la conclusión de obras ya encaminadas, incluidas en esa categoría las que cuentan con financiamiento, el próximo bienio será fructífero. El dinero necesario para marcar la diferencia está a disposición de nuestras autoridades.
En materia de transporte público, Villalta también dice carecer de los recursos requeridos para dotar a Costa Rica de un sistema de “primer mundo”. Sin embargo, hay mucho por hacer en cuanto al ordenamiento del transporte existente. Nunca será óptimo si no se hacen los cambios radicales que en este momento el Ministerio no puede financiar, pero puede ser mucho mejor, aun dentro de las limitaciones existentes.
El nuevo funcionario hereda el complejo problema de la carretera a Limón, con los desacuerdos pendientes de resolver y la presión de los plazos restantes para aprovechar el crédito chino. Uno de los principales obstáculos es el financiamiento del traslado de los servicios esenciales, como tuberías y tendidos de cables. También está en veremos la carretera a San Ramón, donde, de las dos ofertas presentadas para crear el fideicomiso, fue el BCR el que alcanzó la puntuación necesaria para continuar en el proceso.
El reto para el nuevo ministro, acotado por el sincero reconocimiento de las limitaciones, es de todas maneras formidable. El país debe desearle el mayor de los éxitos.