El petróleo sigue siendo un tesoro nacional irrenunciable para la ciudadanía mexicana. Al menos, ese es el cuadro que presenta para los inversionistas y otras figuras de la política nacional y latinoamericana.
La historia oficial es que el presidente Lázaro Cárdenas nacionalizó y estatizó la industria petrolera en 1938, y el “oro negro” devino en un símbolo inquebrantable de orgullo patrio y fuente de profundas emociones nacionalistas para el pueblo mexicano.
Lamentablemente, las cifras también han venido advirtiendo que el petróleo, y más concretamente Pemex, la joya del paisaje mercantil, dejó hace tiempo de ser la brillante cúpula del ámbito económico mexicano. El curso hacia abajo está marcado, sobre todo, por el crecimiento desenfrenado de gastos, en particular de jugosos arreglos para tal y cual frente de políticos influyentes.
Consecuencia de esa carrera en reversa es que los balances financieros también señalan que una reforma de Pemex es imperativa. Por ello, diferentes candidatos en la política y figuras opositoras del oficialista PRI, desde la década de los años 90, han suscitado el tema reformista con resultado negativo. Incluso, un personaje destacado del PRI, el presidente Ernesto Zedillo, elaboró un plan de transformaciones que fue vetado por los poderosos sindicatos obreros, y hasta ahí llegó.
Ya en el siglo XXI, en el 2008, el presidente Felipe Calderón, del PAN, opositor del PRI, ofreció esquemas para enderezar la ruta de Pemex, pero los presagios de huelgas y otras expresiones sindicalistas frenaron ese impulso.
Ahora, el nuevo mandatario mexicano, Enrique Peña Nieto, del PRI, presentó el lunes un ambicioso programa de reformas que marcarían un impulso renovador del ámbito público. Titulado “Pacto por México”, su foco es la renovación del sector energético del Estado. Este plan ha sido acogido, además del PRI, por los dos mayores partidos opositores, el PRD y el PAN, pero de toda forma perfila tropiezos en el aval legislativo.
Conforme al Pacto, se abriría la inversión privada en el sector energético, sobre todo con miras a las vastas reservas de hidrocarburos en aguas profundas y zonas rocosas que exigen grandes inversiones y nueva tecnología. Sin embargo, no habría una cesión de derechos de propiedad sino una coparticipación con Pemex para extraer y comerciar el petróleo. Todo este programa marca metas, pero el detalle se deja para un plan posterior. En todo caso, hay gran entusiasmo entre las mayores corporaciones internacionales interesadas en participar de la ampliación de actividades permisibles en México.
El plan de Peña Nieto comprende, además, el sistema eléctrico, también hasta ahora un monopolio estatal. Los detalles quedan para un plan posterior, pero el que se ha presentado incorpora el esquema del ex presidente Zedillo, que autorizaría la generación y venta directas a los usuarios por la concesionaria. Ambicioso panorama, sin duda, pero los detalles definen el proyecto y habrá que aguardar.
No hay duda de que los objetivos del “Pacto por México” marcarían un contexto muy distinto al presente. Además de lo señalado, requeriría de cambios en materia impositiva así como laboral, además de profundas enmiendas administrativas.
Peña Nieto, sin embargo, ya ha mostrado aptitud política y manejo de la autoridad que corresponde a su cargo.
Pero persiste una nota de precaución, y es que esos dramáticos cambios exigidos por el Pacto conllevan resolver detalles que al fin y al cabo son esenciales para concretar el proyecto. La historia es rica en antecedentes de esos pequeños pero difíciles detalles, capaces de frenar importantes cometidos. Nuestros deseos por una resolución satisfactoria para los intereses nacionales de México.