Costa Rica es uno de los países distinguidos en Latinoamérica por contar con un sistema público, ético y transparente de donación de sangre. La venta del líquido está prohibida por ley y se obtiene gracias a la entrega voluntaria o por reposición, cuando la realizan familiares de los pacientes que deben someterse a hospitalización o cirugía.
Como sucede cada fin y principio de año, en la primera semana del 2014 los hospitales públicos y el Banco Nacional de Sangre reportaron que sus reservas habían descendido a menos de la mitad, lo cual puso en riesgo la atención de traumatismos, accidentes, intervenciones quirúrgicas y transfusiones. Al faltante cíclico, que se ha venido agudizando desde el 2012, se sumó el hecho de que el pasado diciembre fue el más violento en los últimos cinco años, con 105 fallecidos y 250 heridos graves.
Esta situación obligó a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) a lanzar una alarma a la que respondieron de forma altruista decenas de donadores espontáneos. Por supuesto, se suplió la escasez, al menos hasta la próxima emergencia de componentes sanguíneos. Sin embargo, sin dejar de reconocer tanto la oportuna solidaridad popular –hoy por ti, mañana por mí– como el necesario llamado de las autoridades médicas, el procedimiento por medio del cual se efectúan los donativos presenta numerosos inconvenientes que deberían ser subsanados, si se quiere alentar la participación voluntaria.
Al menos desde el 2006, un estudio de la Revista Costarricense de Ciencias Médicas plantea que en el país “se pierden muchas oportunidades de donación” por factores que van desde la ausencia de una adecuada política informativa hasta las condiciones físicas del lugar en que se presta el servicio y la lentitud con que se brinda.
Si bien el cuidado al donante es excelente, una vez que se inicia el proceso, la lista de espera para ingresar en el cubículo tarda varias horas. En el Banco de Sangre del Hospital México, uno de los más importantes del país, los futuros donantes aguardan de pie la mitad del recorrido, hasta que acceden a la diminuta sala de atención al público, y en ocasiones deben devolverse, antes del cierre, si la cuota diaria se vio satisfecha antes de lo previsto.
Además, la información que ofrecen los hospitales nacionales no es uniforme, ni tampoco los horarios de apertura. Entre semana operan hasta mediodía y no atienden los fines de semana –con excepción del Banco Nacional de Sangre, que lo hace los sábados–. Es decir, que el donante voluntario en nuestro país debe estar muy convencido de la bondad de su acto para atravesar los obstáculos institucionales a los que lo somete la CCSS y llegar al final.
Aun así, a pesar de todo, son muchos los costarricenses que entregan no solo su sangre, sino también su tiempo y su paciencia para ayudar a un ser humano desconocido. Y, siendo así, ¿no deberíamos facilitarles el camino?
En el 2012, la CCSS advirtió que el aporte solidario de componentes sanguíneos había disminuido en un 10% y que era indispensable duplicar la cantidad de donaciones, de 40.000 a 80.000, para no depender de las reposiciones de familiares. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), son mucho más seguras las entregas voluntarias porque los donantes, para ayudar a un pariente o amigo, no se ven presionados a mentir sobre las enfermedades que han padecido y que podrían afectar el líquido.
El Banco Nacional de Sangre y la CCSS deben crear conciencia sobre la importancia de la donación de sangre no como un acto extraordinario, en una situación de emergencia, sino como una práctica cotidiana. Para lograrlo, faltan campañas de información, pero también mejores servicios para el donante. Sin duda, con más estímulos, el costarricense sabrá responder ante este llamado, como lo ha hecho siempre.