Las noticias relativas al proyecto armamentista estratégico de Corea del Norte son inquietantes. Los adelantos del cabalístico programa nuclear de Pyongyang perturban el horizonte de sus vecinos y más allá. El temor es palpable en Corea del Sur y también en los países más aventajados de la zona.
La sombra de un cataclismo no se reduciría a unos cuantos kilómetros del vecindario. Sería una escalada bélica sin precedentes que sacudiría, para empezar, a Corea del Sur y Japón, y luego mucho más allá. Por eso, la tranquilidad que muestra China es engañosa. Pekín parece ejercer la rectoría de una nueva cosecha de dirigentes inspirados y manejados por el supremo líder Kim Jong Un, pero hay límites para la influencia que China y la misma Rusia podrían ejercer frente a los arranques del dictador norcoreano.
El ciclo de noticias inquietantes no comenzó, esta vez, con las hambrunas tradicionales en el bastión del absolutismo comunista de la dinastía de los Kim. Mendigar alimentos de las potencias occidentales devino hace rato en una especie de rutina aburrida. Pero el reciente anuncio del régimen norcoreano de haber logrado la “miniaturización” de dispositivos nucleares que podrían incorporarse a sus misiles balísticos de corto y largo alcance, sí ha provocado alertas.
Quizás el mundo, con la vista fija en la pauperización de las masas campesinas norcoreanas, no tomó en serio los prodigios industriales y técnicos que han conducido a la producción de modernos navíos de guerra, aviones de combate, una diversidad impresionante de misiles y un sinfín de piezas de artillería, incluyendo tanques.
Hay una altísima posibilidad de que estos pasos de gigante se hayan malinterpretado en el Oeste y que ese equívoco se extienda ahora a la idea de aprovechar las inacabables negociaciones sobre alimentos para convertirlas en el foco central de la desnuclearización del régimen de Kim.
Kim y los suyos tienen pocos incentivos para involucrarse en semejante proceso. La experiencia de Libia les alerta sobre las posibles consecuencias de entrar en conversaciones para eliminar los haberes nucleares. Las promesas de protección para el déspota de turno, su asilo en otro país y tantos otros ofrecimientos posibles de las potencias occidentales se han tornado ineficaces bajo la autoridad de la Corte Penal Internacional.
El régimen libio se descalabró en la cadena de acontecimientos conocidos como la Primavera Árabe y Gadafi acabó masacrado por las turbas cuando su país ya no planteaba una preocupación nuclear, dado el desmantelamiento del programa armamentista anunciado por el régimen en el 2003, luego de nueve meses de conversaciones secretas con Estados Unidos y el Reino Unido.
Gadafi esperaba inversión occidental y apertura de mercados a cambio de la cancelación del programa nuclear, así como el químico y biológico. La medida resultó providencial cuando la rebelión dejó al dictador sitiado en Trípoli, donde la tragedia de la confrontación pudo haber sido mucho mayor si el programa armamentista hubiera continuado.
Es remota la posibilidad de que las enseñanzas de ese capítulo sean ignoradas por Corea del Norte, que conoce el valor de sus periódicos anuncios de desarrollo armamentista para mantener la relevancia internacional del régimen. Lo mismo podría estar sucediendo en Irán, donde la teocracia islámica ofrece resistencia a cualquier arreglo que borre las ventajas nucleares de su país.
Hay necesidad de ideas innovadoras para reconciliar la experiencia histórica con la modernidad de las relaciones internacionales. Quizás entonces se encuentre la fórmula apropiada. Sin duda, mucho falta pensar y analizar la historia.