Los informes que, cada tres años, prepara el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (conocido por sus siglas en inglés, PISA), son mucho más que un simple ranquin de las notas obtenidas en una serie de pruebas sobre ciencias, lectura y matemáticas por jóvenes de 15 años en varias decenas de países; en el último caso, 72. Se trata de algo mucho más exhaustivo: un estudio integral sobre el desempeño educativo, realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que mide y analiza resultados de pruebas, percepciones y aspiraciones de los jóvenes en una serie de ámbitos relacionados con su formación. Por ejemplo, el correspondiente al trienio 2012-2015, que se dio a conocer el 6 de este mes, incluye varios volúmenes, cada uno con cientos de páginas de datos, análisis y agudas observaciones.
Gracias a esa metodología, PISA genera parámetros para que cada sistema educativo pueda analizarse a partir de referentes externos, se percate de sus avances, estancamiento o retrocesos en relación con los demás participantes y, de este modo, tome decisiones informadas para mejorar. Es decir, su objetivo final no es calificar y clasificar países, sino usar este y muchos otros instrumentos para revelar cómo se desempeña cada uno, y así estimular la mejora educativa.
Este nuevo informe, por desgracia, ha traído noticias poco halagüeñas. En las tres áreas de conocimiento evaluadas, hemos tenido retrocesos preocupantes en relación con el estudio del 2012, en el que participaron 65 países. Mientras ese año la puntuación en ciencias de nuestros jóvenes fue de 429, ahora bajó a 420; en lectura caímos de 441 a 427 y en matemáticas, de 407 a 400. En todos estos casos, además, nos ubicamos muy por debajo del promedio internacional, algo que también ocurrió tres años atrás. Entre los ocho países participantes de América Latina, mostramos mejores resultados que Colombia, México, Perú, Brasil y República Dominicana, que ocupó el último lugar; sin embargo, al igual que en el 2012, nos superaron Chile y Uruguay. En Argentina esta vez solo fue evaluada la región de Buenos Aires, que ocupó el primer lugar latinoamericano.
Ante estos resultados, que indican desmejoras, nuestras autoridades, estudiantes, padres de familia y, sobre todo, educadores, deben sobreponerse al instinto inicial de buscar justificaciones, y asumir una actitud autocrítica que redunde en cambios significativos. No se trata de “quedar bien”, sino de comprender que el deber de impulsar el desempeño de nuestro sistema educativo es una prioridad nacional, y que debemos actuar para ser consecuentes con ella.
El tema de los recursos no explica el retroceso; de hecho, dedicamos, tanto en relación con el producto interno bruto como en términos absolutos, más inversión por estudiante que países con mejor desempeño que el nuestro, algo que la OCDE ya ha señalado. Quizá pueda incidir que, al mejorar la cobertura en secundaria –como ha sucedido en los últimos años–, muchos de los alumnos que se mantenían fuera y luego entraron o regresaron al sistema tengan niveles académicos inferiores. Es algo que deberá medirse para tomar las medidas de nivelación necesarias. Podríamos estar también ante métodos de evaluación novedosos que desconcierten a los participantes, como el uso de las computadoras en todas las pruebas. Sin embargo, aunque esto lo señaló la ministra Sonia Marta Mora, no es satisfactorio como explicación: el mismo método se aplica a todos los países, y si nuestros estudiantes no tienen la suficiente habilidad para manejarlo, estamos ante otra deficiencia educativa que debe corregirse.
En el fondo, lo que se necesita es actuar sobre la calidad y pertinencia de la educación. Esto implica, esencialmente, mejorar la interacción en el aula, para lo cual los programas son esenciales, pero, más aún, la competencia y disposición de los educadores. Y para que esta mejore y pueda medirse, es indispensable realizar pruebas regulares de evaluación, algo a lo que los gremios se han opuesto de manera obtusa y tenaz, y que las autoridades no se han atrevido a impulsar plenamente. Resulta sumamente paradójico que mientras los educadores constantemente evalúan a sus alumnos, como debe ser, para medir su desempeño, los dirigentes gremiales rechazan que los maestros y profesores sean evaluados para determinar el suyo.
Este martes, Humberto González Barrantes, maestro de escuela unidocente en Vuelta de Jorco de Aserrí, recibió el premio Mauro Fernández Acuña, otorgado por el Ministerio de Educación, que lo reconoce como el mejor educador del año. En sus declaraciones a La Nación, el galardonado destacó la creatividad en el aula, el estímulo a los estudiantes y el compromiso personal. “Cuando decidí estudiar educación –declaró–, me dije a mí mismo: quiero ser el docente que nunca tuve. Por eso me convertí en un docente activo”. Esperamos que este ejemplo sirva de inspiración personal a esa gran mayoría de educadores que comparten tan ejemplar vocación, pero que también se convierta en guía para mejores políticas públicas, destinadas a que mejore sustancialmente el desempeño de los estudiantes.