El informe quinquenal emitido el domingo 2 recién pasado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, que reúne y analiza un impresionante cúmulo de evidencia científica, ha llegado, esta vez, a hallazgos que superan con creces, en su pesimismo, los de ediciones precedentes. Su mensaje central es que, si mantenemos el ritmo actual de calentamiento global, que ya ha producido severos perjuicios alrededor del mundo, en pocos años muchos países y regiones sufrirán carestías de alimentos, extinción de plantas y animales, crisis de refugiados, la inundación de ciudades –y hasta de la totalidad de pequeñas naciones isleñas– y alteraciones tan severas en las temperaturas que será riesgoso trabajar al aire libre durante los meses más calientes.
Los efectos sobre la economía, la paz y, especialmente, el bienestar humanos serán tan devastadores que revertirán muchos de los progresos –todavía precarios– impulsados durante los últimos años en combate a la mortalidad, la pobreza y la exclusión.
Estamos ante un sombrío panorama. Nos desafía a todos como seres humanos, y, más aún, a los líderes de las naciones que producen las mayores emisiones de gases con efecto invernadero. Entre ellas están las potencias industrializadas, pero, también, grandes países emergentes que, para mantener su crecimiento, acuden al uso masivo de combustibles fósiles. Si en ambos casos no se frenan las emisiones y si, a la vez, no se toman medidas para aminorar los efectos que ya se han acumulado, el resultado será catastrófico.
El informe no es un documento científico seco y frío. Tiene una naturaleza distinta, asentada en tres grandes líneas de contenido. Con el aporte de los más reconocidos especialistas en la materia, destila y sistematiza los hallazgos de centenares de investigaciones realizadas en todas las latitudes durante los cinco años que cubre, señala las áreas de impacto y posible acción más relevantes, y plantea una serie de recomendaciones sobre cursos de acción a seguir para frenar y revertir las tendencias negativas.
Precisamente por el rigor que lo sustenta, el texto puede afirmar con énfasis que el mundo aún está lejos de contar con una política sistemática en relación con el calentamiento global. Más bien, a las emisiones de países como Estados Unidos, Rusia, Canadá o los de la Unión Europea se unen, con creciente fuerza, las de otros como China, India, Indonesia y Brasil. Estas enormes y pobladas naciones, en proceso de crecimiento y con matrices energéticas (sobre todo, los tres primeros) esencialmente asentadas en combustibles fósiles, no solo generan ya un impacto considerable sobre el cambio climático, sino que su “huella” crece con mayor rapidez que la de los industrializados. Aunque en menor medida, lo mismo ocurre con muchos otros países en desarrollo.
Muy poco podrá hacerse para frenar y revertir el calentamiento, si no se actúa a una escala realmente global. Hacerlo implicará, necesariamente, un replanteamiento en la distribución de costos y beneficios prevaleciente hasta ahora; dicho en el lenguaje de la diplomacia: deben aplicarse “responsabilidades comunes, pero diferenciadas”. Deben ser comunes, porque a todos nos corresponde actuar; a la vez, deben ser diferenciadas, pues el aporte de cada Estado al esfuerzo debe estar en función de sus recursos, sus niveles acumulados de emanaciones, el volumen total de las actuales y la proyección de las que podría generar, si no actúa.
La prioridad en el repertorio de acciones son las metas claras y vinculantes para reducir la generación de gases con efecto invernadero. Sin embargo, también hay que tomar en cuenta medidas de adaptación y mitigación, transferencias de recursos y tecnologías, desarrollo de nuevas pautas de consumo, buenas políticas fiscales, buena gobernanza y un adecuado balance entre los componentes económicos, sociales y ambientales del desarrollo.
La reunión mundial sobre cambio climático que se celebrará en Lima, Perú, dentro de pocas semanas abre una oportunidad para construir acuerdos a la altura de los desafíos. El próximo año, en París, se celebrará otra aún más trascendental, porque tiene como meta suscribir un nuevo convenio internacional que reemplace al poco eficaz Protocolo de Kioto, que, tras su vencimiento, fue extendido hasta el 2020. Si desaprovechamos estas oportunidades, muy pronto nos arrepentiremos, en medio de catástrofes que será imposible evitar.