Seis mil colegiales permanecen en las aulas por la influencia determinante de sus profesores. Es un logro extraordinario, atribuido por los propios alumnos a sus educadores en la serie de reportajes especiales publicada a partir de ayer en este diario, enriquecida por la imagen y el sonido en el sitio nacion.com.
El deporte, la administración eficiente, el consejo oportuno y hasta el transporte están entre las variopintas explicaciones del éxito, pero detrás de cada una de ellas hay un docente preocupado por retener a sus alumnos en las aulas. Esa mística es insustituible en nuestro sistema educativo y también en nuestra sociedad.
Hay retos formidables. Todos lo sabemos y el inventario es amplio. La deserción está lejos de su definitiva derrota, pero esa realidad no debe impedir celebrar las victorias y proponerlas como ejemplo, porque no todas las zonas del país y no todos los centros educativos exhiben buenos resultados.
Si la deserción está en retirada en la quinta parte de los planteles educativos, algo sucede en ese 20% que no ocurre en el 80% restante. Es preciso estudiar las diferencias y aprender de ellas para nivelar el terreno. En el San Luis Gonzaga, en Cartago, la deserción es bajísima en comparación con otros liceos de gran tamaño. En Limón, la reducción del fenómeno es mayor que en otras provincias.
El estudio de los factores de éxito debe comenzar por los alumnos mismos. Escucharlos y traducir sus respuestas en acciones y políticas concretas es un camino seguro de mejoramiento. Son los estudiantes quienes mejor conocen las razones de su permanencia en el sistema educativo.
Jesús Viales, acostumbrado a sembrar yuca a 30 grados de temperatura en Upala, mantiene vivo el sueño de estudiar zootecnia porque sus profesores y el director del colegio nunca dejaron pasar la oportunidad de insistirle sobre la importancia de perseverar en los estudios.
Para Lidia María Mayorga, la diferencia está en el transporte que la salva de seguir caminando tres kilómetros hasta su casa en Hojancha de Guanacaste, luego de un largo viaje en autobús. Los rumores de la retirada de Lidia a solo seis meses de concluir sus estudios en el Colegio Técnico Profesional de Hojancha desataron un torrente de conversaciones entre la alumna, sus condiscípulos y profesores para convencerla de reconsiderar la mala decisión y hallar en conjunto una solución.
Anthony Mejía, alumno del Colegio de Pacuare, abandonó las aulas frustrado por sus bajas calificaciones. La directora de la institución y miembros de la Fundación Acción Joven lo visitaron en varias oportunidades para hacerle ver la necesidad de reintegrarse al sistema educativo. Como recurso adicional, le ofrecieron participar en el equipo de críquet del colegio. Anthony recuperó la confianza, declara su deseo de seguir una carrera universitaria y dice sentirse importante para sus profesores.
Historias como esas se repiten, con las modificaciones del caso, a lo largo de la geografía por donde se reparten los 6.000 casos de alumnos rescatados de la trampa de la deserción. No es casualidad que los liceos donde estudian los tres alumnos citados estén entre los más exitosos en el combate contra la deserción, junto al liceo diurno de Limón, el nocturno José Martí, de Puntarenas, y el técnico de Liberia.
Isabel Román, investigadora del programa Estado de la Educación, advierte sobre la necesidad de no ver la lucha contra la deserción como un fin en sí mismo. La calidad de la formación es el fin último y la permanencia en las aulas debe ser vista como un requisito indispensable, no como la meta final. Costa Rica superó hace mucho el momento en que la alfabetización podía verse como un logro. El país necesita mucho más que eso.
Sin embargo, solo 46 de cada 100 alumnos logran culminar los estudios. El resto se arriesga a percibir un 20% menos de ingresos por el resto de sus vidas, según los estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Rescatarlos de ese destino es un imperativo nacional.