Tal como anticiparon las encuestas, el presidente peruano, Alberto Fujimori, fue reelegido para un nuevo período de cinco años en los comicios del domingo último por una mayoría de votos estimada en alrededor de 60 por ciento. Las acusaciones de fraude formuladas pocos días antes por los grupos opositores no parecieron mermar la amplia ventaja del mandatario en las preferencias de la ciudadanía, visible en los sufragios de anteayer. Y si bien, según datos preliminares, no logró conservar el control de más de la mitad de las 120 curules del Congreso, los 58 puestos obtenidos por su partido, Cambio-90 Nueva Mayoría, le brindarán suficiente espacio de maniobra en el órgano legislativo. Llama asimismo la atención el débil apoyo (26 por ciento) atraído por su principal contendor, Javier Pérez de Cuéllar, exsecretario general de la ONU, cuya destacada carrera internacional no influyó en el desenlace de esta elección.El contundente triunfo de Fujimori, tras el "autogolpe" de 1992 y a pesar de su estilo autocrático, plantea algunas reflexiones en torno al sistema político de Perú. Es posible que, como apuntan varios observadores, la inmensa popularidad del sui géneris Jefe de Estado responda más a un extraño fenómeno de psicología de masas que a la lógica política. En cualquier caso, resulta evidente que Fujimori ejerce una extraordinaria influencia en el público peruano, notable a la luz de las frecuentes contradicciones que se producen entre su retórica y la praxis de su gobierno.
Esta brecha ha sido particularmente notoria en asuntos económicos, al ofrecer proyectos demagógicos y populistas para luego introducir las políticas de ajuste y liberalización que solía atacar.
Precisamente, el éxito de su gestión económica, en especial una considerable reducción del ritmo inflacionario, se abona como fuente del sólido respaldo que cuenta entre la ciudadanía peruana. De igual forma, las serias derrotas que durante su mandato el Ejército y la Policía han infligido al movimiento terrorista Sendero Luminoso, motivaron el aplauso general. De ahí que orden, prosperidad y experiencia fueran los temas centrales de su reciente campaña en la cual contrastó los logros concretos de su presidencia con las ideas aún no probadas de sus adversarios.
Estudios de opinión evidencian que la nivelación en los precios y, sobre todo, el mejoramiento de la seguridad interna de Perú, más que otros factores, determinaron la abultada victoria de Fujimori el domingo pasado.
No son raras en la historia las instancias en que los pueblos se inclinan por el orden, por una mayor certidumbre en sus vidas cotidianas aun en detrimento de la pureza democrática. Esa ha sido la génesis de no pocos regímenes autoritarios, en especial los de inspiración fascista.
Así sucedió en Brasil con Getulio Vargas y en Argentina con Juan Domingo Perón. Ahora, la ciudadanía peruana, sometida durante largo tiempo a convulsiones políticas y económicas, optó por ignorar el perfil y los antecedentes autocráticos de Fujimori.
Desde luego, los sufragios del domingo fueron un positivo ejercicio democrático. Empero, la democracia no se agota en elecciones diáfanas. Se necesita mucho más, particularmente instituciones y mecanismos legales que garanticen las libertades individuales. Y una presidencia respetuosa de esos derechos es básica, en especial si las fuerzas armadas juegan un papel predominante, como ocurre en Perú. Por ello, esperemos que estos comicios realmente ensanchen los horizontes del pluralismo representativo en aquella nación suramericana. Una efectiva fiscalización legislativa y una conducta presidencial más coherente con las prácticas democráticas serían pasos indispensables en esa dirección.